domingo, 6 de junio de 2010

Voy a la huelga


Durante la república cochambrosa que tuvimos, era común en Umbilicus mundi para aquellos que no se sumaban a las huelgas, que se les hiciese gustar el sabor de un peligro permanente e inminente, no fuese a ocurrir que se les degollase, que se les pegase un tiro, o incluso que se arrojasen cócteles inflamables y se disparase contra los obreros esquiroles que viajaban en un autobús para dormir en una especie de búnker instalado en las obras de un cine en construcción. En otras ocasiones, simplemente se disparaba contra el presi de la patronal que no se avenía a las condiciones o coacciones de aquellos sindicatos grotescos de violencia física y amenaza constante, y el circo seguía. Tras las elecciones de febrero de 1936 la colaboración o inhibición de las autoridades del Frente Popular llegó a un estado tal, que los esquiroles que trabajaban en las obras de los fuertes militares de la también umbiliqueña Punta Herminia, fueron sitiados por los huelguistas de la noche a la mañana. Avisan al Gobernador y les contesta que no le es posible atenderles. Las mujeres de los sitiados quieren socorrerlos llevándoles comidas; pero esta les es arrebatada y arrojada por el acantilado. Cuatro días pasan sin comer, hasta que un Teniente de la Guardia Civil consigue llevarles provisiones de boca.

Todo ello, junto con el bombazo un día sí y otro también, producía en la población ese desasosiego y esa sensación de peligro permanente e inminente, que con el paso del tiempo acabó por crispar y por sacar de sus casillas al carácter más templado. Visto que el Gobierno no daba solución a los problemas de orden público, la propia policía apoyada por quienes no estaban de acuerdo con la fiesta, tuvo que dar una carga para dispersar a los violentos. Se logró la dispersión, pero se produjeron bajas entre manifestantes y policías. Los que estaban tras los autobuses de policías y manifestantes, aprovecharon para ajustar cuentas, y el miedo a que se volviese al bombazo diario, al asesinato, incendio de iglesias, a los tiros, puñaladas o coacciones, llevó a la policía a mantener al país a estilo cuartel: el que tenía que mandar, mandaba; y el que tenía que obedecer, obedecía. Y punto pelota.

No soy muy partidario de huelgas, manifas y concentraciones. En general me parecen demostraciones anacrónicas, una puesta en escena que no sé si sirve para algo. Los sindicatos ya no tienen cajas de resistencia, así que una huelga de un día bien poco va a perjudicar al patrono y difícilmente va a doblegarse con el teatrillo que se monta.

Pese a ello, voy a la huelga, por varios motivos:

1) Porque el tal ZP me cayó bien, pero hoy me cae como un tiro a dos pistolas, vamos, que me cae gordo porque me parece un demagogo y un incompetente para sacar al país de la grave crisis que padecemos.

2) Hay quien no va porque considera que el día de haber que se detrae de los ingresos de los huelguistas es una nueva rebaja salarial. Bien, a mi no me sobra el dinero, pero o se protesta de algún modo, o nos arriesgamos a que la próxima rebaja sea del 25% como en Grecia.

3) También hay quien no va porque Rajoy no le parece alternativa. A mí tampoco, pero de algún modo habrá que exteriorizar tanto ante ZP o ante Rajoy que los trabajadores convocados a esa huelga no somos el pim pam pum ante el que volcar los resultados de una mala gestión en la que no tenemos arte ni parte. En este mismo sentido, no parece que a las grandes fortunas les vaya a afectar el recorte. Sí, ya sé que si un inspector fiscal abre una paralela a uno de nuestros ricoshombres, éste envía a un catedrático de económicas, a un inspector fiscal en excedencia, que exhiben una madeja tan enmarañada de sociedades interpuestas y ponen tal cúmulo de pegas, que el pobre inspector, ante la posibilidad de tener que ir a pleito, y perderlo claro está, se aviene a negociar... y al final aquello del sistema tributario justo y progresivo, en el que paguen más los que más tienen se queda en el cajón de las buenas intenciones pero en la práctica resulta irrealizable. Tampoco me convence el argumento de siempre: que si las grandes fortunas tributan demasiado, se buscan paraísos fiscales y se produce una evasión de capitales. Pues habrá que reformar y buscar gente competente para que modifique la legislación fiscal de tal forma que no se produzcan estos inconvenientes, y estoy seguro de que tiene que haber algún modo de hacerlo.

Por último, te animo a ir a la huelga, si estás convocado y quieres, sin piquetes cochambrosos, sin coacciones ni similares. Si no estás convencido, si no puedes perder un día de haber, espero que en un futuro no te arrepientas de no haber acudido.

PD: la fotito, de julio de 1932, corresponde al estado en que quedó el kiosco de venta de pan que tenía el patrono Juan Canalejo junto a la umbiliqueña capilla de San Andrés, volado con motivo de una huelga.



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