viernes, 17 de junio de 2011

Asalto a la casa de Carlos Puga Pequeño


Carlos Puga Pequeño era un significado derechista. Fue alcalde de la ciudad, presidente de la Cámara de la Propiedad y vivía de rentas. La casa que aparece en la imagen tras este director de hotel, en la calle del Regidor Somoza junto a la plaza de Pontevedra, hoy desaparecida, era en la que vivía el bueno de Carlos Puga. Durante el Franquismo quiso ir a por él el famoso Foucellas, y según sé por tradición oral se refugió en los sótanos de la amplia y estrecha manzana en la que estaba su casa, manzana toda ella de su propiedad.

Al iniciarse el Alzamiento Nacional, los que se oponían desatan de forma simultánea la revolución. Traigo a colación el asalto a la casa de Puga para ejemplificar, una vez más, que los revolucionarios eran en realidad individuos de baja estofa para los que no suponía una indignidad el robo. Ya vimos como el P. Silva Ferreiro nos dice que el 20 de julio de 1936, día en que estalla el Alzamiento Nacional por estos pagos, con ocasión del incendio a que fue sometida la Residencia de los Redentoristas se dio el caso de "haber sido puestos a la venta por aquellos lugares, colchones (producto de la rapiña) al precio de 3 y 4 ptas"

Antes vimos el asalto a la Casa de Socorro de Santa Lucía en donde también se dedicaron a la rapiña de los muebles allí depositados. También recordaréis que el 19 de febrero de 1936 se incautó del Gobierno Civil un comité del (funesto) Frente Popular, y de la clase de gente que allí entró da idea el hecho de haber desaparecido la estilográfica del secretario, el sello de tinta de la institución y 22 pesetas para gastos de material que había en un cajón. Sobre las 24 horas del día 20 de febrero de 1936 recordaréis que se asalta el convento de los Redentoristas, del que desaparece un reloj valorado en cien pesetas.

El mismo 20 de julio de 1936 fue asaltada por esos revolucionarios que se pintan hoy tan flower power, a los que se dedican homenajes y monumentos, la casa de Carlos Puga Pequeño. En esa tarde entraron en el domicilio causando destrozos pericialmente valorados en 200 pts. y echándose en falta objetos también valorados por peritos en 1375 pts...

Contra lo que se dice y repite, en el sentido de que los revolucionarios, es de suponer que muchos de ellos fusilados o encarcelados, actuaban así porque se encontraban en la miseria, yo no me lo creo. Claro que no eran ricos ni pertenecían a una inexistente clase media. Eran gente humilde pero violenta y de baja estofa, que provocaban desmanes, que apuñalaban, que disparaban, robaban o eran violentos por motivos púramente ideológicos o doctrinarios. ETA surge no en una comunidad pobre, sino en una de las más ricas de España. En la Galicia profunda, en donde había jornaleros sin techo, que iban de aldea en aldea pidiendo pousada, que los dejasen dormir en el pajar o en el hórreo, que trabajaban casi por la comida o sin casi, que se desplazaban a cortar el trigo aquí o allá para irse luego a hacer lo propio a Castilla, no surgieron estos desmanes y eran muchísimo más pobres. Y estos sí que vivían en una situación desesperada. En la ciudad no se sabía que unos padres con muchos hijos dejasen a los que no podían mantener en casas de vecinos como criados, y en la Galicia profunda sí. Dice Madariaga (p. 419) con respecto a la Revolución de octubre del 34:

En cuanto a los mineros asturianos, su actitud se debió por entero a consideraciones teóricas y doctrinarias que tanto se preocupaban de la Constitución del 31 como de las coplas de Calaínos. Si los campesinos andaluces, que padecen hambre y sed, se hubieran alzado contra la República, no nos hubiera quedado más remedio que comprender y compadecer. Pero los mineros asturianos eran obreros bien pagados de una industria que, por frecuente colisión entre obreros y patronos, venía obligando al Estado a sostenerla a un nivel artificial y antieconómico (...)

Esas mismas consideraciones teóricas y doctrinarias, no una supuesta situación desesperada, eran las que impulsaban a los revolucionarios locales a poner bombas, a incendiar iglesias, a robar, a coaccionar, a matar, a asaltar los locales de Falange, la Casa de Socorro de Santa Lucía, la residencia de los Redentoristas o la casa de Carlos Puga Pequeño. Este no era la primera vez que sufría el ataque de estos animalitos. En diciembre de 1933 quisieron colocar un petardo, un cartucho de dinamita u otro explosivo en las cocheras de los tranvías situadas en el solar que ocupa hoy la Delegación de Hacienda. Como la pareja de servicio se lo impidió, lo dejaron con la mecha encendida en un rellano de la escalera que llevaba a la vivienda de Carlos Puga. Que el chófer dio una patada al cartucho y lo sacó de la vivienda mientras estallaba, es algo que se puede documentar en prensa y en la causa que se instruyó, pero que conozco hasta por tradición oral de quien conoció tanto a quien llamaba a Puga, D. Carlos, como al chófer.



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