miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿Reacción falangista?


Ya nos ocupamos en dos anotaciones previas de un atentado que ocurrió el 30 de septiembre de 1935: el apuñalamiento del falangista Francisco Pena Manso y agresión a su amigo Antonio Loureiro Rodríguez, al que atacaron con una botella y al parar el golpe con la mano, sufrió lesiones en esta y en la cabeza. Con motivo de estos hechos se detuvo a los hermanos de la Lejía, acusando a Bébel. Al mes y pocos días se produce otro hecho del que nos faltan claves, pero podría ser una reacción falangista a la agresión marxista.

En el solar que ocupa el edificio de la imagen se encontraban hasta hace pocos años las casas del Corralón de Rubine. Tres bloques de viviendas que formaban una U. El pasillo de las galerías comerciales evoca lo que era el viejo Corralón: a la derecha el bar La Cepa, a la izquierda, el bar Allegue. Entre los dos se introducía el pasillo del Corralón, en los primeros metros cubierto por las viviendas, en seguida abierto a sol, nubes o lluvia, con acceso a dos portales de domicilios particulares. Las demás puertas correspondían a almacenes. Al fondo, otra puerta, robusta, de madera y a la intemperie, que separaba de un jardín o lugar de entrada a cuadras. A la derecha de esa puerta, se encontraba un abrevadero como de metro de boca, con caño, aprovechado en la esquina de una pared con la de la misma puerta. El piso de losas, piedras irregulares de buen tamaño y tierra.


En este Corralón de Rubine vivía Antonio Loureiro Rodríguez, que por aquellas fechas tenía 25 años. Vivía con su mujer que trabajaba en el servicio doméstico. En otro piso del mismo portal residía Luis Guntiñas Domínguez, chófer también casado, de 34 años. Este guardaba el coche a la entrada del Corralón. En los primeros minutos del 8 de noviembre de 1935 se produce un incendio en la carrocería de este coche. El perjudicado lo atribuye en un primer momento a estar afiliado a la Asociación General Patronal, y haber trabajado con el coche como chófer durante la Revolución de Octubre de 1934, transportando guardias de Asalto que vigilaban la ciudad. Precisamente la noche del incendio acuden dos guardias de Asalto que intentan arrastrar el vehículo hasta la calle para evitar que las llamas se propagasen a edificaciones inmediatas. No lo consiguen pero los bomberos que debieron aparecer con prontitud, apagaron el fuego. Se encuentran con un mechero en el suelo y junto al vehículo. De éste, sólo queda aprovechable el motor ocasionando daños al propietario por valor de 4.000 pesetas.

Los vecinos sospecharon de Antonio Loureiro, que hacía comentarios sobre el incendio con las manos en los bolsillos. Otros vecinos le vieron llagas en las manos, como de quemaduras. A estos llegó a confesarles que había ido a robar algo de gasolina para el mechero y se salpico las manos. Al encender el mechero se le quemaban y mientras él las salvaba, el propio encendedor que prendió en el coche, provocó el incendio... Los vecinos creyeron su versión. Abandona la ciudad al día siguiente y se le llega a declarar en rebeldía, con requisitorias publicadas en periódicos oficiales.

El 13 de febrero de 1940 se decide a comparecer ante el Juzgado del Distrito de la Audiencia, renombrado como nº 1, para acogerse a la amnistía que promulga el bando vencedor sobre los delitos cometidos por falangistas y otros, como consecuencia de la persecución a que fueron sometidos durante la II República. Comparece vestido con uniforme falangista, y declara: que efectivamente fue el autor del incendio del vehículo; que lo hizo cumpliendo órdenes del entonces jefe de Falange en La Coruña, Juan Canalejo; y que el atentado obedeció a dedicarse el vehículo por su propietario al transporte de "elementos del frente popular (sic) que se dedicaban a la propaganda marxista". Al pedir información a Falange, el secretario provincial, Casimiro Marra Rodríguez, corrobora la versión y alude a que se trataba de un vehículo que transportaba "elementos del frente popular (sic), que perseguían a los camaradas afiliados a nuestra organización". El Frente Popular aún no existía, sí los grupos que lo integraron y que ya vimos en el caso del apuñalamiento, que perseguían a los elementos de Falange.

Pudo tratarse de un atentado que ordenó Juan Canalejo --fusilado sin formación de causa y enterrado en Paracuellos del Jarama-- pero pudo también obedecer a cualquier otro motivo de venganza personal o incendio accidental, y aprovechar Antonio Loureiro la amnistía para acogerse a ella con el beneplácito de la organización falangista de 1940. Desde luego los apóstoles de la memoria histórica no lo reivindican como un atentado falangista, y en otros casos como el ricinado de Emilio Veiras, ¡vaya si agitan! Los falangistas y propagandístas del régimen tampoco mencionan este hecho. Toca esperar a que aparecezcan otras claves con las que interpretar con mayor seguridad este episodio. Mis notas.


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