lunes, 6 de mayo de 2013

¡Qué pedal!

Tengo la sensación de que en España cada vez resulta más barato delinquir, salvo en cuestiones relacionadas con violencia de género en donde no me pasa desapercibido que no se reducen las tasas de estos delitos; que estoy de acuerdo con Toni Cantó en que por lo que pulso la mayoría deben ser denuncias falsas, o que en la persecución a los malvados varones de este país se llega al esperpento. Tampoco me pasa desapercibida la creación de institutos, cátedras u observatorios en donde se enchufa a los correligionarios, que en vista de los resultados, dudo que sirvan para otro menester. Eso sí,  se da rienda suelta a los malos instintos y al espíritu vengativo, al odio, abandonando aquello de aborrecer el delito y compadecer al delincuente y las penas se incrementan, el género masculino se demoniza como un presunto bestia en general, cuando estoy convencido que los primates no son tantos, y que no sirve para nada el incremento de las penas porque de perdidos al río, y tiran por la vía del medio ¡Son como los de los años 30! :) Quiero decir con lo anterior que para mí la solución está en la educación, en la mediación o en la mala consideración social del maltratador, y no en el incremento de las penas --tratando de controlar a la sociedad a través del miedo-- o en la creación de centros artificiosos con los que engordar redes clientelares y de poder. Si en asuntos relacionados con violencia de género se incrementan las penas, no sé si a día de hoy un comportamiento como el que veremos en el párrafo siguiente merecería algún reproche penal. Lo digo porque hace tiempo fui testigo de un delito de robo con fuerza. Cuando llegó el policía y ordenó levantarse del suelo al randilla, o que pusiese las manos sobre la pared, este respondió: levánteme Ud. si quiere, y no lo levantó. Más tarde mostré mi extrañeza ante otro policía por este hecho, y me dijo que él hubiese hecho lo mismo. Que un vecino podía estar con su cámara haciendo fotos y en una cualquiera podía parecer que al sujetar al detenido lo estaban matando, torturándolo y que una fotografía equívoca le podía costar el puesto de trabajo; que los funcionarios públicos no cotizaban para el paro obrero, y si los echaban a la calle no cobraban un duro. En USA la policía primero dispara y luego pregunta. Tampoco hay que llegar a eso en mi opinión, pero como en este país somos tan aficionados a pasar de un extremo a otro, tengo la sensación de que nos estamos pasando, que no se persiguen las coacciones con la misma dureza, o que se pueden hacer pintadas y romper las lunas del escaparate de una librería ¡como en los años 30! :) con total impunidad.

El 12 de julio de 1936 marchaba hacia la calle Real por la Fuente de San Andrés el guardia de seguridad destinado en el Gobierno Civil, Gonzalo Roca Garcia, cuando de un grupo de cuatro muchachos oyó que le marcaban el paso como a los reclutas: ¡UN, DOS, TRES! ¡UN, DOS, TRES! :) Se acercó al grupo e indicó a sus integrantes que se fuesen a dormir. Cuando el guardia se marchaba volvió a oír como se mofaban de él y le volvían a marcar el paso así que regresó y detuvo al bromista. Este resultó encontrarse con un pedal como un piano y en Comisaría se comportó de forma chulesca, amenazando a la plantilla con que en 48 horas movería sus influencias y quedarían cesantes, llegando al extremo de dar un puñetazo a uno de los guardias. Si esto ocurrió así, no me quiero imaginar la manta de palos que le pudo caer por parte de aquellos policías.

El muchacho en cuestión se llamaba Emilio Ares Castro, de 22 años, y era vecino de Betanzos. Se encontraba en La Coruña como alumno de la Escuela profesional de peritos agrícolas de Madrid, que llevaba de viaje a sus alumnos por el norte de España y Portugal, visitando los centros agrícolas. Esta es la explicación oficial, la extraoficial, para mí es un viaje de fin de curso, que salvo excepciones es de suponer que todos podían pagar, pero se lo subvencionaba el Estado. Emilio fue ingresado en la cárcel y salió el día 15 al haber constituido fianza en su favor un comerciante de la calle de Bailén, Manuel Iglesias Vázquez. Parece formar parte de una familia de posición acomodada. Salvo excepciones, los hijos de los obreros no estudiaban en la universidad y sí los hijos de los burgueses --que podían ser tan obreros como los anteriores pero contaban con mayores ingresos. Al comenzar la guerra se cerraron las universidades, o no hubo lugar a iniciar un nuevo curso, por ejemplo en la Universidad de Santiago de Compostela porque los alumnos fueron a cumplir con sus deberes militares, por lo que sé, en general de muy buen grado. La mayor parte del estudiantado era de derechas por la misma razón de que lo eran quienes tenían algo, quienes podían pagar estudios superiores a sus hijos. Emilio Ares no parece excepción a la regla y a mediados de septiembre se encuentra ya en Asturias encuadrado en el Regimiento de Infantería de Zamora nº 29, de guarnición habitual en el Acuartelamiento de Atocha. Ingresa en la Legión y llega al grado de alférez.

El fiscal, en el asunto por el que se le detuvo el 12 de julio lo consideraba autor de un delito de atentado a agentes de la autoridad, con una atenuante de embriaguez, y solicitó en su escrito de conclusiones provisionales que se le impusiese la pena de dos años y once meses. Tras sucesivos aplazamientos por encontrarse en el frente, no hubo lugar a castigarlo porque falleció en el Hospital Militar General Saliquet de Madrid el 1 de julio de 1942 como consecuencia de una lesión microaórtica. Me pregunto si una lesión de este tipo es frecuente en un joven de 28 años, y creo que no, que se da más cuando se peinan canas. Más parece una consecuencia de los esfuerzos y penalidades que padeció durante la guerra luchando seguramente con su mejor voluntad y ahínco, con el mayor entusiasmo por la España que él creía mejor, hasta el extremo de afectarle la salud y costarle la vida.

Mis notas.




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