miércoles, 27 de julio de 2011

Los hijos de los militares eran hijos de sus asistentes



Estaba leyendo hace pocos días el acta de celebración de un consejo de guerra de oficiales generales desarrollado en agosto de 1936. El alegato del fiscal hace relación de la pendiente abajo por la que se deslizó aquella república y señala que el alzamiento del general Sanjurjo, el 10 de agosto de 1932, se desarrolló en oposición a la concesión del estatuto catalán y con motivo de las frases pronunciadas por un socialista que dijo que los hijos de los militares eran hijos de sus asistentes.

Tengo la impresión de que nuestra sociedad no conoce o minusvalora la importancia que se daba al honor en aquella. No estaban tan lejanos los tiempos en los que los duelos de honor eran más o menos frecuentes, que al decir de quien vivió siendo niño la Dictadura de Primo de Rivera, se habían aminorado debido al endurecimiento de las penas que estableció este régimen. En efecto, los artículos 543 y 544 del Código Penal de 1928 están dedicados a perseguir los duelos de honor, con los que no se acabó pero tal vez disminuyeron. De ahí la gravedad de la injuria que nos ocupa para la mentalidad de la época, el malestar que originó en los cuarteles y que pudo ser el chispazo que activó o del que se aprovechó la Sanjurjada.

El artículo en el que se sugiere que los hijos de los militares lo eran en realidad de sus asistentes fue publicado en El Socialista correspondiente al 30 de julio de 1932. Tal debió ser el malestar que el día 4 de agosto tres diputados visitan a Azaña para mostrarle la publicación, a lo que este responde que se tomarían las medidas oportunas. Incluso El Socialista del día 5 publica un Desagravio a modo de retractación ya que el artículo había producido, indican, "sensible disgusto en buena parte de militares". El diario atribuye el texto injurioso a Francisco Cruz Salido, que si bien fue fusilado con Julián Zugazagoitia en 1940, da la impresión de que en el proceso que le costó el fusilamiento se sospechó de la autoría de este último. No parece que se considerase suficiente el Desagravio cuando al día siguiente, 6 de agosto, se informa también en El Socialista que un juez militar había citado para declarar a su director, comparecencia a la que se niega al considerar tras prolija argumentación que de los delitos de injurias a militares cometidos por paisanos sólo eran competentes los tribunales ordinarios. Por si no estuviese claro apoyo de Azaña a los socialistas durante el primer bienio El Socialista de 10 de agosto nos da un ejemplo en su primera página. El día anterior, el ministro de la Guerra había leído en el Parlamento un proyecto de ley de artículo único con el que se regulaba el conocimiento de los delitos de atentado y desacato a las autoridades militares, así como los de injuria y calumnia a las mismas. Cuando fueren cometidos por medio de la imprenta, el grabado u otro medio mecánico de publicación, conocería de ellos la jurisdicción de Guerra sólo si los encausados perteneciesen al Ejército.

No se dio una respuesta adecuada para dar satisfacción a los que se consideraban con la mentalidad de la época, agraviados. En la defensa que hace Fanjul del general Cavalcanti, complicado en la sublevación del 10 de agosto en Madrid, dice el primero que el Ejército se sintió dolido al ver que el Gobierno no castigaba al autor de la injuria.

Os dejo con el tan traído y llevado artículo publicado por El Socialista el 30 de julio de 1932 en su sección Glosas ingenuas, que pudo ser el detonante último para la Sanjurjada:



Psiquiatría militar


Cuando Trotski anduvo por España hizo un descubrimiento del que se maravilló justamente. Fué que encontró las cárceles españolas tan magníficamente organizadas, que dentro de ellas subsistían las clases sociales. Había departamentos de distinguidos y departamentos para proletarios. Trotski, que había recorrido casi todas las cárceles de Europa y de América, no pudo advertir en ninguna de ellas este refinamiento y pensó que España era un país que sabia hacer bien las cosas llevando a las cárceles la misma diferenciación de la calle, que no había por qué eliminada del presidio.


Desgraciadamente, Trotski no logró captar todos los matices admirables de nuestro país, y, aunque podemos envanecernos legítimamente de haberle ofrecido perspectivas insospechadas para él, nos produce amargura que no tuviera tiempo de conocer toda nuestra magnífica organización clasista. Tenernos celdas para distinguidos en nuestras cárceles y celdas para la plebe, corno tenemos médicos para los soldados y médicos para los jefes y oficiales. Tampoco creemos que en este punto los países extranjeros hayan llegado a un grado de civilización tan envidiable como el nuestro. Médicos para Los soldados y médicos para los jefes. Nadie podía sospechar tanta previsión. Sin embargo, de ello dio ayer testimonio elocuente el señor Juarros, al intervenir en el debate parlamentario sobre reclutamiento y ascenso de la oficialidad en el ejercito. El doctor Juarros proponía, muy certeramente, que se hicieran dos escalafones y que se exigieran a los médicos estudios y capacitación diferentes, según la clientela que se les asigne. Lo que no podremos comprender fácilmente son las razones que tenga el señor Juarros para obligar
los médicos militares que cuiden de la salud de los soldados los conocimientos apropiados a lo que él denominaba "la guerra psiquiátrica militar". Por lo visto, los oficiales y los jefes no necesitan de la psiquiatría. Esto nos parece una verdadera injusticia, y no creemos que deban extenderse de tal manera los privilegios hasta el punto de negar a un teniente coronel, por ejemplo, el derecho a caer en las divertidas fronteras de la psiquiatría, que los soldados cruzan marcialmente, como un terreno propicio para ellos. Este criterio adjudica a la psiquiatría un carácter de ciencia plebeya, que tal vez determine su desprestigio.

De todas maneras será preciso aceptar lo inexorable. Nos resignamos a ello, no sin cierta violencia, porque habíamos creído, hasta ahora, que eran los jefes y oficiales quienes más necesitaban de los psiquiatras. Pregonemos nuestro orgullo: tenemos médicos para los soldados y médicos para los jefes, cada uno de ellos especialmente capacitado para sus funciones respectivas. A veces, sin embargo, como denunciaba ayer el señor Juarros, el médico de un capitán, especializado en capitanes y preparado para vigilar la salud de los capitanes, se ha visto en el caso de tener que asistir de parto a la señora del capitán. ¡Terrible conflicto! Terrible porque, por muy psiquiatra que el médico sea, no había previsto que los capitanes pudieran llegar a estos trances. En estos casos debería establecerse una competencia de jurisdicción entre el médico de los jefes y el médico de los soldados. En definitiva, tendría que intervenir este último, porque podría demostrarse que la culpa de todo era del asistente.




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