lunes, 18 de julio de 2011

Una versión poco conocida del Alzamiento en La Coruña


Dejo una versión poco conocida sobre el Alzamiento Nacional en la ciudad, alzamiento que no fue del generalato, sino de una juventud tan indignada como entusiasta, formada por tenientes y capitanes que se hizo eco del clamor nacional de aquella media España que, aterrorizada, no se resignaba a morir y paró los pies a quienes habían creado una situación prerrevolucionaria que para ellos devendría inexorablemente en revolucionaria. Otra cosa es que con la mentalidad de nuestros días los métodos empleados fuesen en extremo duros y se nos antojen inaceptables. Pero como siempre digo, aquella sociedad no es esta, afortunadamente; y en el otro bando no se emplearon métodos más suaves en donde cuajó la revolución, y a lo sucedido en el Cuartel de la Montaña o a las muertes de todos aquellos que se englobaban en el genérico fascistas, bien por serlo o por no simpatizar con el Frente Popular, o a las listas negras que se ocuparon por estos pagos en la Casa del Pueblo, con cinco mil nombres, me remito.

La versión más conocida del Alzamiento se debe al P. Silva Ferreiro, al que pese a su componente propagandística --como la que sigue-- todos consultaron de forma más o menos vergonzante porque lo que importan son los datos fuera de valoraciones, opiniones y adjetivos. La versión que sigue es también un testimonio de la percepción, primero angustiada y luego entusiasta, que tuvo una parte de la sociedad. Aparece firmada por un tal Gómez Valladares, para mí Enrique María Santos Bugallo, periodista de El Ideal Gallego, director de la Hoja oficial del lunes, o de la Asociación de la Prensa. Pero de esta atribución sólo puedo decir que la hago porque en otros artículos de este seudónimo están presentes sus críticas a las personas de posición acomodada por sus reticencias a pagar más impuestos con los que distribuir de un modo para él más cristiano sus riquezas; su preocupación por la situación social y los obreros, sus frecuentes referencias a la encíclica Rerum novarum de León XIII; su defensa del cooperativismo; o su admiración por la figura de Calvo Sotelo. Todo ello congruente con Enrique María Santos Bugallo. Aparece publicada en la Hoja oficial del lunes correspondiente al 18 de julio de 1938:

Cómo la guarnición de La Coruña se unió al Movimiento Nacional, ahora hace dos años

Un brochazo y un empujón, deciden la suerte de un pueblo. El banquete del Gobernador, se quedó sin comensales, al primer ruido.- Un diálogo por teléfono y el presentimiento del triunfo

Aquel día no funcionó el "teletipe". Se quiso comunicar con otras ciudades españolas, y todo permanecía quieto. Por de pronto supimos que en León no había comunicación con Madrid, y que por Asturias tampoco. Estábamos impacientes, y un tantico emocionados.

¿Sería verdad que había estallado el Movimiento? Desde la muerte de Calvo Sotelo se estaba esperando de un día para otro. Antes, eran presagios y rumores en los que intervenía la imaginación, principalmente; pero desde que el gran español cayó asesinado en Madrid, todos nos decíamos con loca impaciencia: "¿Pero qué esperarán ahora los militares?".

Ignorábamos que a esas horas Franco volaba de Canarias a África, donde le esperaban para iniciar el Movimiento.

Hacía dos días que no dormía en mi casa. El día que murió Calvo Sotelo me visitó una persona --hoy con importante cargo-- influyente en los medios policiales, que me dijo al oído:

--No vuelva usted por el Gobierno Civil.

-- ¿Por qué?

-- Le van a cazar a usted en la ratonera. No puedo decir más.

A pesar del consejo, al día siguiente tuve una entrevista a solas con "el marido de la Gobernadora" [Juana Capdevielle]. Porque ya es sabido que el verdadero gobernador no fue el que cayó fusilado. Era ella, mezcla de arpía y comunista la que en presencia de los periodistas, celebraba conferencias telefónicas con el Ministerio de la Gobernación, entre otros. Muchas veces ni lo llamaban a él.

--Diga usted a la señora (decía a un portero) que la llaman de Madrid.

Y con todo desparpajo, si bien usando de algunas contraseñas, recibía órdenes de los suyos, en nuestra presencia.

Pero aunque después dejé de ver al Gobernador, sabía lo que pasaba por la casa, porque no dejé de visitarla. Todos los indeseables de la provincia pasaban por la Casa Grande a recibir órdenes. Y se advertía, hasta por el más ciego, que se estaba preparando la ofensiva general en toda La Coruña.

Eran las once de la noche y seguíamos sin noticias, teniendo que apelar al recorte y la goma, clásicos en otros tiempos, y que los teníamos perdidos de memoria. De pronto, una llamada, dos, diez, cien; por todos los teléfonos. Eran voces de angustia, de pánico.

LAS SIRENAS ALARMAN LA CIUDAD

--¿Qué pasa? ¿A qué se deben esas sirenas? ¿Por qué anda tanta gente por la calle?

--Pues... por... echárselas de chulos. No hay nada; duerman ustedes tranquilos.

¿Qué íbamos a decirles? ¡Si los más intranquilos éramos nosotros! Sabíamos que se había dado orden a todas las organizaciones obreras de lanzarse a la calle con armas y bagajes. Y allí estaban, produciendo una alarma tan enorme, que bastaba coger el teléfono para explicarse el pánico de las gentes de orden.

Nosotros estábamos vendidos. Si se les ocurría venir encima, no había quien nos defendiese, fuera del poder de Dios. Y a todo esto sin noticias de Madrid. ¿Se lanzarían los militares? ¿Había llegado la hora del sacrificio y de la lucha? La presentíamos.

Llamamos a un teléfono.

--¿Pasa algo por ahí?

--¡Nada!


--¿Absolutamente nada? Y recalcábamos la frase. Del otro lado comprendieron el significado, pero como teníamos los teléfonos hace tiempo intervenidos, se limitaron a decirnos con señales evidentes de desesperanza:

--¡Nada, nada, nada!

UNA EMOCIÓN PREMATURA

Otro toque de sirenas. Los barcos estaban todos en los muelles. Y otro toque al teléfono del "¡nada!"

--¿Pero, no pasa nada por ahí?...

Creí que me caía de la silla, con la emoción. Me habían dicho: En este momento están las tropas de artillería rodeando el cuartel, con armas...

Me dirigí al director, y en presencia de todos los redactores y con las lágrimas en la punta de los ojos, alcé mi brazo derecho al cielo, muy terso, muy ufano, y pronuncié estas palabras: "ha sonado nuestra hora, la de la verdad, la de la justicia, la hora de España. ¡Viva España!"

Estábamos todos emocionados. Volvimos a llamar. Las cosas estaban igual. Las sirenas enmudecieron. Los marxistas se fueron a dormir. Las calles quedaron desiertas, y cuando ya de día regresamos a nuestras casas --los que fueron a ellas-- íbamos bajo una impresión de incertidumbre, de temor, de ansiedad...

Tenía yo para ello sobrados motivos. Sabía lo que se estaba preparando por el frente popular y sabía "lo que no se quería preparar por el general de la División".

LA "TÁCTICA" DEL GENERAL

Ya hacía días que los jefes del Ejército instaban al General para que se decidiese a unirse al Movimiento. Nunca se negó a ello; pero decía que... era muy pronto. Al principio no se sospechó de esta táctica; pero los dos últimos días todos se dieron cuenta de la jugada, que al fin y a la postre, le costó la vida.

Ya ha bajado al sepulcro uno de los más obstinados en aconsejarle que se decidiese; pero no conseguía nada. El domingo recibí por varios conductos --estábamos a 19 de julio-- noticias alarmantes de la que se preparaba en toda la provincia. Avisé a algunas personas significadas para que se pusiesen a buen recaudo, ya que serían las primeras en caer. Y me entrevisté con algunos íntimos que estábamos de acuerdo...

Me habían dado noticias desconcertantes. Los rojos, preparados. El lunes habría una concentración en La Coruña de toda la provincia, incluso de mineros de Vivero, como así fue. Se contaba con armas. El Gobierno civil estaba artillado. Por mis propios ojos fui a ver las ametralladoras de la Marina, las del Salón París, los sacos terreros y ladrillos. De Capitanía... las mismas noticias.

Apenas cené, y salí. Las calles desiertas. Las sirenas volvieron a reunir a la gente. Los portales de las principales vías, fueron obligados sus vecinos a abrirlos. Era una consigna para desde arriba tirotear a las tropas si se atrevían a salir. No pude llamar al amigo del teléfono. Poco después se realizaba la destrucción de la iglesia de San Pedro de Mezonzo.

UNA ENTREVISTA CON BARJA

Casi de madrugada, llegamos a casa de Barja de Quiroga, un bravo oficial retirado, y yo. A pocos pasos --no más de 20 metros-- los famosos "de la lejía" paleaban arena sobre un camión; era para los sacos terreros del Gobierno. Se conocía que hacían los últimos preparativos.

--Venimos a ofrecer nuestras armas y nuestras vidas. Esto no puede continuar. Mañana será tarde.

Barja (q.e.p.d.) con aquella serenidad característica en él, recibió el ofrecimiento con una mezcla de emoción y de duda. ¡Había que saltar por encima del general para decidirlo!

--A eso venimos nosotros. Si es preciso, ahora mismo, Juanito --le dijimos-- mañana tememos que sea tarde. ¿Nos decidimos?

--No hará falta, nos dijo. Vámonos a echar un poco; habrá que madrugar. Mañana se decidirá la suerte de La Coruña.

Y nos despedimos. En Riazor continuaban los de la lejía llenando camiones. Vieron luz en el portal, y miraron. ¡Lo menos que sospechaban era que estábamos hablando de lo que les importaba!

LOS VIGÍAS DE LA PLAZA DE LA HARINA

Suele suceder con frecuencia, que de los hechos más importantes se pasa a los más baladís; de lo sublime a lo ridículo. Así sucedió con motivo del "estallido" en La Coruña. Sirvan estas líneas de homenaje al más decidido y obstinado en la proclamación y ayuda al Movimiento, que vio su triunfo --en el que tuvo principalísima parte-- , pero no puede ver el final, por haber muerto no hace mucho. Otro más hemos de decir del más gloriosamente exaltado y a cuya solución se debe la solución final.

Aquella noche no durmieron los directores del Movimiento; ni tampoco los rojos. El Jefe de la División seguía obstinado en no declarar el Estado de guerra. De nada valían los consejos y exhortaciones de los más prestigiosos jefes. Ya cerca de la madrugada, concibió la idea de desbaratar el plan de los militares dignos, seguramente de acuerdo con el Jefe de la Media Brigada [Rogelio Caridad Pita]. No se dio cuenta el pobre señor, de que por la plaza de la Harina [las actuales plazas de la Constitución y de Azcárraga eran entonces una sola, y si bien su nombre oficial era este último, se conocía popularmente como plaza de la Harina] pasaban con demasiada frecuencia algunas personas que no debían inspirarle confianza; eran militares prestigiosos, complicados, que miraban, inspeccionaban, vigilaban...

--¡Que suba el jefe de Estado Mayor!-- Esta fue la orden dada a un ordenanza. Al poco tiempo se abrió una mampara y apareció la figura del jefe citado [Tovar].

--¡Queda usted arrestado en este despacho!

El despacho era el de propio general. Luego dio la orden a uno o dos más. Faltaba sólo uno, que se había dado cuenta, como todos, de que el general se estaba jugando la última carta y de que ellos también se la podían jugar, inútilmente... Era preciso tomar sus medidas. Pero no tuvo tiempo a pensarlo. Estaba afeitándose y con media cara limpia; la otra estaba enjabonada.

¡TODOS ARRESTADOS!

--Que haga usted el favor de subir, mi capitán...

¡Ya todo era tarde! Pero había que ingeniárselas. Los minutos valían un mundo.

--Haga usted el favor de decir la general, que me estoy afeitando y que subo en seguida...

El capitán V. [¿Volta?] dio con la rapidez del rayo dos o tres avisos. Salió al pasillo, avisó a dos o tres personas más, y poco después, todos juntos, penetraban en el despacho del general. El capitán aviador J. [Jack Caruncho] y el teniente de Asalto G. [Galán] estaban en la plaza de la Harina y fueron de los primeros en subir; otros andaban por las oficinas.

Los arrestados se irguieron al entrar en tropel; había llegado el momento. Se pidieron explicaciones, se discutió por breves minutos, violentamente. De pronto uno de los capitales E.J. [Eugenio Jack Caruncho] dio un fuerte empujón al Jefe de la División, y este rodó al suelo, arrastrado por su obesidad...

LA "ESCENA" DEL CUARTEL DE ATOCHA

Inmediatamente fue sujetado y detenido. Ya estaba ganada la partida. En Atocha había pasado algo bastante análogo.

El Jefe del Regimiento fue destituido en las últimas horas de la noche por el General de la Media Brigada. Al dejar sin mando a M.A. [Martín Alonso] encargó a N. [Óscar Nevado Bouza]. Fue una escena también rápida. Y N. lo primero que hizo al posesionarse en el acto, fue detener al general, que pasó al salón del piso superior. La causa estaba ganada.

Un brochazo y un empujón habían decidido la suerte de La Coruña. Todo lo demás era relativamente fácil, a pesar de la concentración. Lo que convenía era adelantarse a los acontecimientos y preparar las tropas. Se dictaron las órdenes y empezaron a llegar a los centros militares retirados y activos en un afán de superación emocionante.

Todo esto lo supe pocas horas después de haberme acostado. Tomé también mis medidas. Recogí mi pistola sin licencia, y a la calle. Camiones y camiones, traían de todas partes infinidad de obreros armados o a medio armar, con una impedimenta heterogénea. La fuerza pública se hallaba en el Gobierno Civil; las ametralladoras de la Marina y las del Banco Pastor, enfilaban hacia Capitanía, por donde temían, no sin fundamento, que llegase el chispazo. Y así era.

EL ÚLTIMO BANQUETE DEL GOBERNADOR


Los rojos estaban en el Gobierno Civil; todos los elementos directores, con más miedo que vergüenza, se hacían los "cheches" y paseaban por las narices de todo el que lo quisiera ver, unas escopetas... de caza, que partían los corazones.


El impaciente del Gobernador preparó un banquete; quizá presintiese que iba a ser el último, y quiso aprovecharse. Por cierto, que la mitad de la comida quedó sobre los manteles al ruido del primer "pepinazo". El espíritu heroico de los rojos era verdaderamente emocionante...

Sobre las tres de la tarde apareció por encima de la Dársena un cañón. En el Gobierno Civil hubo síncopes... Pero la "fuerza pública", que estaba en el Banco Pastor, atacó con ametralladoras a aquellos bravos artilleros, cayendo heridos varios: uno de ellos murió en seguida. Por cierto que el capitán que la mandaba murió después en el frente. Se quiso ahorrar vidas y se prescindió de emplazar el cañón en la Dársena. Se reclamó un mortero que fue enfilado desde una obra en construcción el tiro se precisó desde una casa inmediata y a pesar de todas estas dificultades y cuando nadie lo sospechaba un morterazo se colaba el primero, en el despacho del presidente de la Diputación, destrozándolo todo y por elevación el despacho de arriba, que era el de propio Gobernador. El pánico fue... emocionante. La mitad de los defensores desaparecieron en el acto.


SE RINDE EL GOBIERNO CIVIL

Otros pepinazos certeros y seguros entraron en el mismo edificio. Poco después se izaban banderas blancas y las tropas asaltaban el edificio deteniendo a los pocos valientes que allí quedaban.

He aquí como surgió en La Coruña la fecha del Movimiento Nacional, el 20 de julio de 1936, que pasado mañana conmemora su segundo aniversario y en el cual tuvo una acción tan decisiva un brochazo de jabón y un empujón de un valiente. Las pequeñas cosas a veces son decisivas, como en este caso.

GÓMEZ VALLADARES








1 comentario:

LA NIÑA DEL EXORCISTA dijo...

Me confirman fuentes orales de primera mano que Gómez Valladares era el pseudónimo que empleaba Enrique María Santos Bugallo.