viernes, 15 de abril de 2011

Crónica de dos fusilamientos


Decía Payne en el artículo de La Razón que La total ineficacia de una represión blanda [en Octubre del 34] fue uno de los factores que convencieron a los militares sublevados en 1936, que debían imponer su propia represión mortífera y sin piedad. Yo no sé si hubo una represión sin piedad, u ocurrió algo similar a lo que sucede actualmente en USA con los presos de Guántánamo: no tienen las mismas garantías procesales que otros delincuentes que residen en ese país. Que en un estado de Guerra no existen las mismas garantías procesales que cuando no están suspendidas las garantías constitucionales, es algo que no les entra en la cabeza a los señores de la memoria histórica, qué le vamos hacer.

Entrando en lo que nos ocupa, la represión de la revolución de octubre del 34 fue escasa. Es la lenidad a la que aluden las fuentes de la época y posteriores. De la veintena de condenas a muerte, tan sólo se fusiló a dos -si me permitís- pringaos: Jesús Argüelles, el Pichilatu, que había participado en diversos actos de barbarie; y el sargento de Infantería Diego Vázquez Corbacho, que desertando del Cuartel de Pelayo en Oviedo, en el que servía, se pasó al enemigo y también causó bajas. Es el Sargento Vázquez, el mismo que se aplica a cualquiera que con su tanto de culpa, paga por las de todos los demás que hicieron lo mismo que él o incluso por aquellos que hicieron cosas mucho peores que él. Los Largo Caballero, González Peña, Companys, se fueron de rositas o salieron de la cárcel en febrero del 36 con la llegada al poder del (funesto) Frente Popular. Y sí, estoy convencido de que la falta de Justicia abrió camino a la venganza.

Se lee en La Época correspondiente al 1 de febrero de 1935:

Esta mañana se cumplieron las sentencias

LAS ÚLTIMAS HORAS DE LOS REOS

OVIEDO 1.- A las nueve de la noche entraron en capilla los reos que habían de ser fusilados hoy a las nueve de la mañana.

Con Jesús Argüelles pasaron la noche sus dos hermanos y sus dos cuñadas, pero ya entrada la mañana hubieron de abandonar la celda del infortunado Jesús.

El fusilamiento tuvo lugar en el recinto de la cárcel, a las nueve de la mañana, cumplidas las doce horas de haber entrado en capilla. Formó el pelotón una sección del Tercio. Al Argüelles hubo que darle el tiro de gracia, ejecutado por un Sargento negro del Tercio.

El padre Jesuita García Herreros se había personado en la cárcel por si el reo deseaba ser confesado, pero rechazó los auxilios de la religión hasta el último momento, no así el Sargento Vázquez. Este fue conducido al Cuartel de Pelayo, donde se aloja el regimiento número 3 de Infantería, al cual pertenecía el reo. Le acompañó en todo tiempo el también jesuita padre Arroyo.

A las siete y media de la mañana el Sargento Vázquez hablaba con bastante serenidad con el sacardote y dijo que ya le parecía prudente ir confesándose. Confesó y comulgó, administrándole los Sacramentos el citado sacerdote. Siguió todo el resto de la mañana con mucha entereza.

Poco antes de las nueve, el regimiento de Infantería número 3 formaba en la explanada con bandera y música. A las nueve menos un minuto, fue sacado el reo. Desfiló por delante de los oficiales, saludando a todos ellos militarmente, y al pasar por delante de la bandera se cuadró, giró y saludó, dirigiéndose al lugar que se le había destinado para el fusilamiento. Cuando ya le iban a vendar los ojos pidió un crucifijo, al cual se abrazó. Dijo que se había hecho justicia, pero que había que seguir haciéndola.

Murió resignadamente y con entereza y como un cristiano. No hubo necesidad de darle el tiro de gracia. Le fusilaron los soldados de su propio regimiento. Después las tropas desfilaron ante el cadáver del Sargento Vázquez.

Sigue, aquí.


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