jueves, 11 de agosto de 2011

La casa de la Maragata


Voy con otro caso en el que un falangista mítico, Patiño --ya nos ocuparemos de él-- perseguido y maltratado como tantos otros, no se resignó a ser asesinado, en este caso por los de la Lejía. Uno de los cargos más serios que se imputaron a Bébel, France y Jaurés García García durante la instrucción del juicio sumarísimo y posterior consejo de guerra que los llevó a ser fusilados, fue el intento de asesinato del falangista Eduardo Patiño Pérez.

Al parecer Patiño, un joven de 27 años, obrero humilde, analfabeto como tantos otros, que durante la II República tanto trabajó en la construcción como en las labores de carga y descarga de los barcos en el muelle, natural de Curtis, se encontraba ese verano de 1936 pasando unos días con su familia en la parroquia de Santa María de Ois (Coirós). El miércoles 22 de julio iba por la N-VI a la altura de Ois (en realidad O Fontelo dentro de la propia parroquia de Ois) cuando se encontró un coche parado. Al pasar junto a él reconoció entre sus ocupantes a Bébel, France y Jaurés García García, que a su vez también lo reconocieron: "ese es un fascista de Coruña". Como los de la Lejía desde el coche comenzaron a hacer ademanes con las pistolas y Patiño no llevaba armas, cruzó hacia la casa de la Maragata para refugiarse entre la maleza del monte, siendo tiroteado durante la huida e incluso en el monte por si al azar le alcanzaban.

¿Sería cierto este cargo que se imputó a los de la Lejía? Como para los señores de la memoria histórica cualquier aspecto desfavorable que aparezca contra sus hagiografiados en los autos de una causa criminal instruida por la jurisdicción de Guerra es siempre falso, confundiendo las escasas garantías procesales que podían tener los reos en un juicio sumarísimo con la que dicen falsedad de las declaraciones de testigos (si estas eran desfavorables a los encausados, claro está), me fui a ver si localizaba la casa de la Maragata. En los pueblos aún se conserva una muy rica tradición oral y en este caso hubo suerte. Una vez que localizo la casa, un estanco y taberna de las habituales en la Galicia rural, pregunté si sabían algo de un tiroteo ocurrido allí al comienzo de la guerra. Salió una señora de provecta edad a la que llamaron quien me refirió que su madre y su tía estaban sentadas fuera de la casa, en unos bancos de piedra que aún se conservan. Tuvieron que ir para el interior porque varios individuos disparaban contra otro; que una de las balas impactó en el muro de la casa y allí se veía la señal hasta que la reformaron; y que el individuo se refugió en el monte detrás de la casa. Por cierto, también pregunté si alguien había ido a preguntar por este caso, y una vez más resultó que nones.

Vuelvo a lo mismo que decía en la anotación anterior. La pena de muerte se nos puede antojar inaceptable con la mentalidad de nuestros días. Pero como quiera que tanto nuestra mentalidad como nuestros días no son los de la II República, empleando la lógica de la época, habrá que decir que a los de Lejía al fusilarlos sólo les hicieron lo mismo que ellos querían hacer con el bueno de Patiño: matarlo. Como resulta que media España no ser resignaba a morir, no sólo físicamente, o a ser asesinada, los de la Lejía, hoy mitificados sin que se les conozcan los méritos y sí los deméritos, no fueron los únicos fusilados.




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