lunes, 15 de agosto de 2011

Armería Eirea


Cuenta Payne (p. 51, n. 2) que en la primavera de 1934 "durante tres horas de cacheos en el centro de Madrid se ocuparon a los transeúntes ciento tres armas de fuego". En aquella sociedad era muy común la posesión de armas con o sin licencia, no sólo por los falangistas que eran una minoría, sino por las izquierdas como vimos en este blog y cualquiera que conozca un poco aquella sociedad y la proliferación de conductas primarias, reconoce. Si la población empleaba armas, también existían comercios dedicados a su venta, así como a la de accesorios para las mismas. Uno de estos era Casa Eirea, establecida en el local que hoy ocupa esta tienda de ropa en el nº 67 de la calle de San Andrés, aquí.

En la mañana del 20 de julio de 1936 Salvador Eirea Otero, al saber que en otras armerías se estaba realizando una requisa de armas cerró su comercio. Fue a buscarlo a su domicilio el teniente de Asalto Isidro Pousada Serantes, que de orden del gobernador estaba recorriendo las armerías de la ciudad para incautarse de las armas y entregarlas a una parte del pueblo, el que en aquella sociedad y en vista de lo que por ejemplo ocurrió con el magistrado Policarpo Fernández-Costas Valdés, de lo que sucedió en el Cuartel de la Montaña, o que no sólo se llevaban las armas sino que robaban otros objetos en estos comercios, no resulta exagerado identificarlo con el populacho. Pousada no lo encontró en su casa y Eirea en compañía de su hijo Manuel se trasladó al cuartel de la Guardia Civil, cuerpo que era el que de acuerdo con la legislación entonces vigente asumía las competencias en lo que a inspección de armas se refiere. Allí se le dijo que no podían hacer nada y que lo mejor era que se trasladase al palacio de la 8ª División Orgánica, en el que fue recibido por el jefe de Estado Mayor, teniente Coronel Luis Tovar Figueras. Este le ordenó que se quedase en la División y de ningún modo entregase el armamento.

Las milicias del Frente Popular acabaron asaltando la armería, y según Lamela (pp. 73-76) fue Pepín el de la Lejía --en entrevista que le concedió-- el que le dijo que había sido él mismo quien forzó el cierre de Casa Eirea retirando con sus hombres las armas. De las armas que se llevaron --porque no sólo se llevaron armas-- destacan cuatro revólveres, tres pistolas, cuarenta cuatro escopetas, así como cientos de cartuchos y balas. Decía que no sólo se llevaron armas porque este asalto recuerda a otros varios de los que nos ocupamos, como el de los almacenes de la Casa de Socorro de Santa Lucía, el asalto a la casa de Carlos Puga, la ocupación del Gobierno Civil en las elecciones de febrero del 36, los asaltos al convento de los Redentoristas, en los que recordaréis que tras el del 20 de julio se pusieron a la venta los colchones producto de la rapiña al precio de 3 y 4 pts., etc. De la clase de individuos que desvalijaron la armería Eirea da idea el hecho de haberse llevado, además de las armas: 45 cinturones de caballero; 2 máquinas de afeitar; 29 monederos de piel de cocodrilo y 3 de serpiente; 50 monederos corrientes; 42 carteras; 3 pitilleras de cocodrilo; una cartera y pitillera de camaleón; 4 docenas de cucharas para sopa; 3 docenas de cucharillas para café; 22 balones; 24 extractos de perfumes; 6 tarros de crema; 2 docenas de pastillas de jabón; 17 cañas de pescar; 38 petacas; 69 tijeras; linternas, pilas, bombillas, cuchillos, navajas, cortaplumas, navajas de afeitar, etcétera, que con los daños en el comercio, Salvador Eirea valoró en 11.921,86 pts. de la época y de las que pidió se hiciese responsables civiles subsidiarios a las autoridades del Frente Popular que poseían bienes y con cuya anuencia se desarrollaron estos actos vandálicos.


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