miércoles, 20 de junio de 2012

De cuando quemaban los pajares

En el medio rural gallego las fincas se amojonan con lo que en gallego denominamos marcos. Están formados estos por una piedra puntiaguda que se hinca en la tierra, y es buen marco aquel que tiene enterradas junto a él dos bolas de piedra, que se denominan testigos. No me meto en implicaciones erótico festivas y de poder que son evidentes. En el modo de pensar de los gallegos del campo, una inmoralidad que no tiene nombre es derribar un marco, o mover uno de estos mojones para agrandar la finca propia y empequeñecer la del vecino, o para provocar un conflicto entre dos vecinos. Alguien me contó alguna vez que quien lo hacía debía penar mucho tiempo en el otro mundo o que era alguien sin conciencia porque un hecho como ese le tendría que  remorder la conciencia por toda la eternidad.

Si mover un marco es algo muy mal visto en el medio rural gallego, con ese mismo reproche de inaceptable se recuerda lo que ocurría en la Galicia campesina durante la II República. Cuando a finales de los 70 y principios de los 80 se produjeron las primeras elecciones democráticas, quiero recordar que los partidos de derecha o de centro explotaron muy bien en los labradores ese recuerdo de aquella república de caos y desorden. Se metió miedo a la gente --no por los grandes líderes claro está-- diciendo que si un ganadero tenía seis vacas y ganaba la izquierda, tres de ellas, pese a tener que seguir cuidándolas, eran para el partido, leche que produjesen incluida; o que si cultivaban un campo de maíz, en caso de ganar la izquierda, la mitad de ese maíz tendrían que entregarlo al partido. Al paisano gallego se le encendieron entonces sus miedos porque aún vivía mucha gente que había conocido aquella república, con todos sus aspectos desfavorables, con el peor de ellos que fue haber desembocado en una guerra en la que habían perdido parientes y amigos. Y comenzaron aquellos viejos a hacer memoria recordando su rica tradición oral a los más jóvenes, concreta, con nombres y apellidos: fulanito le quemó el pajar a menganito porque iba a misa, y quedó sin pagar; aquellos vecinos hoy tan apacibles, en sus años mozos cortaban los pinos jóvenes por hacer daño; a aquel otro vecino, como recogió los santos de aquella capilla después de haber sido asaltada, le derribaron el muro de mampostería que rodeaba una plantación; a tal otro vecino, le pisotearon un maizal antes de que el fruto estuviese en sazón porque no se quería afiliar al sindicato, etc. Todo aderezado con los correspondientes detalles, de que si este o aquel se quedó pobre y se lleva tan bien con nuestra familia porque recuerda que en esta casa se ayudó a la suya para que no se muriesen de hambre; o que como consecuencia de los daños tal vecino estaba tan pobre que ataba los zuecos con cordones gruesos que sacaba de los sacos, etc. Todo, digo, con número suficiente de detalles para poder constatar que papá o el abuelo no mentían. El panorama era desolador, reforzaba los mensajes de los líderes de la derecha o el centro y se pintaba aquella república de izquierdas como una auténtica casa de tócame Roque (va con eufemismo, perdóneseme), y la Galicia rural dijo que no quería izquierda, y parece que aún sigue sin quererla, por si acaso.

En el partido judicial de La Coruña, ya lo iremos viendo, se pueden documentar varios incendios de pajares (uno de cebollas, que no de paja); cortas de árboles maderables cuando eran jóvenes; algún derribo de un muro de cierre de una finca, estragos en cosechas, etcétera, aunque no todos estos daños tienen un origen social o político como parece desprenderse de la tradición oral. En un caso me he encontrado con que el incendio de dos o tres pajares de hoja de maíz fue obra de un demente; en algún otro creo que tiene su origen en resentimientos añejos; y en otros, como el que sigue, desconozco el origen.

Sobre las 9 de la noche del 14 de enero de 1936 un grupo de individuos quemaron un alpendre en el que la vecina de Oleiros, Pilar Suárez Martínez, tenía a cubierto paja y madera. Se acusó a uno de ellos pero las pruebas no debieron ser suficientes porque el sumario fue sobreseído ¿Qué ocurrió aquí? Ni idea. Por la proximidad a las elecciones del 16 de febrero podría tratarse de una coacción o de una venganza política, pero pudo deberse a cualquier otra circunstancia. Falta el sumario, no encuentro noticias de prensa así que poco más puedo decir, por ahora.



1 comentario:

LA NIÑA DEL EXORCISTA dijo...

El medio rural gallego estaba "colectivizado" para lo que ellos querían, para determinadas labores agrícolas como la cosecha del trigo o la matanza del cerdo. Unos vecinos se ayudaban a otros. Si un vecino no quería ayudar a otro, ya sabía que este no lo iba prestar ayuda cuando lo necesitase, y tan ricamente. Sin violencia, sin coacciones, sin imposiciones.

Los contratos de aparcería con ganado, lo que en Galicia se conocía como levar unha vaca á ganancia, en donde existe un cuidador de la vaca que se beneficia de la leche y por ejemplo la mitad de la carne que produce, y un propietario de la misma que sólo recibe la mitad de la carne o la cantidad estipulada, estos contratos, digo, eran voluntarios, y tanto los trabajos comunitarios como los contratos de aparcería funcionaron antes, durante y después de la república. Había respeto mutuo, no se conseguía la "colectivización" mediante la violencia o la coacción, tan sólo había "sentidiño".