Mostrando entradas con la etiqueta Cuerpa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cuerpa. Mostrar todas las entradas

domingo, 31 de mayo de 2009

Lo que se calló en el escándalo de los manuscritos de Leonardo


Voy a dar mi opinión -tal vez equivocada o falta de elementos de juicio suficientes- pero mi opinión al fin y a la postre sobre un tema no delicado, delicadísimo, que tal vez fuese uno de los factores que influyó y estuvo tras el escándalo de los manuscritos vincianos. Hace años, no sé que chorradilla dije en un foro, que al día siguiente tenía a un archivero del Estado rebotadísimo y con toda razón, quejándose en Arxiforum porque no todos eran vagos. Si no empleaba la palabra vagos, ese era el sentido. Porque por rumores y cotilleos, que no sea: que si no sé qué rollo con unas cortinas, o que los IDD y cuadro de organización de fondos válidos son los históricos, y tal y tal, y tal. Creo que las nuevas generaciones sí trabajan, y me refiero al modo en que yo, que tan sólo doy mi opinión, entiendo el trabajo de un archivero, y llevan muy mal el sambenito que se cuelga a todos, sin duda de forma injusta.

Dejándonos de presente y entrando en el pasado, también creo sinceramente que el estado de organización y descripción de algunos fondos y colecciones, es elocuente en lo que a trabajo realizado por pasadas generaciones se refiere, tanto de archiveros como de bibliotecarios. En este sentido, otro escándalo, el de las oposiciones a bibliotecas de 1978, generado entre otras cosas, porque no se contemplaba una prueba específica de latín en las mismas, llevó al naciente MCU a publicar un comunicado en el que ponía el dedo en la llaga:

La Dirección General del Libro y Bibliotecas lamenta que después de 120 años de profesión todavía queden por catalogar incunables, libros raros y manuscritos. En 1978, y dado que el mayor nivel de lectura pública es un objetivo que demanda urgentemente la sociedad española, no parece lógico que el Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios se dedique, en su totalidad, a terminar una labor en la que sus componentes llevan trabajando 120 años.

Esta contestación del MCU parece a A. Torrblanca López "desafortunada". Es posible, lo que no evita que el autor se pronuncie como sigue, y salvo mejor opinión, creo que más de una razón y también más de dos, le asisten:

Siceramente debo señalar, aunque sin la intención de generalizar, que tanto el archivero como el bibliotecario y el conservador de museos habitualmente han sido malos funcionarios, y algunos todavía lo son. Hasta hace no mucho se han concebido a sí mismos como eruditos, científicos y especialistas que no tienen que rendir cuentas a nadie por su trabajo. ¿Cuántas veces he oído de mis colegas decir orgullosamente que ellos no eran funcionarios, sino archiveros? ¿Cuántas veces, igualmente, me he preguntado si serían conscientes de que habían alcanzado su estatus tras superar unas pruebas de ingreso al servicio del Estado? ¿Ignoran que su patrón es el conjunto de los ciudadanos que pagan impuestos? ¿Saben que su sueldo sale de una partida consignada en los Presupuestos Generales del Estado? Dentro de las críticas vertidas sobre el Cuerpo, algunas veces gratuitas, otras muchas cargadas de razón, también se cuentan las formuladas por muchos investigadores que se han sentido perjudicados por la forma en la que determinados miembros del Cuerpo han controlado el acceso y uso de los fondos y colecciones documentales, bibliográficas y museísticas, de los que prácticamente se han apropiado, haciendo uso de ellos como si de un bien privado se tratase; o por el exceso de celo que, según otros, ponemos a la hora de interpretar las normas sobre acceso a los fondos que custodiamos.

Y sigue diciendo más adelante algo que también comparto:

Tengo la sensación, y esto es algo opinable, de que el Cuerpo ha sido víctima de su propia imagen y del concepto que sus miembros han tenido de sí mismos. Tan altos custodios de la Cultura han sido vistos desde fuera, y personalmente creo que hemos contribuido a ello, como una corporación de personas en extremo afectadas y elitistas; en suma, que nos han visto siempre como funcionarios tragavirotes.

Agustín Torreblanca López. El Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, 1858-2008 : historia burocrática de una institución sesquicentenaria. [Madrid] : Ministerio de Cultura, Subdirección General de Publicaciones, Información y Documentación, D.L. 2009, p. 18-19 y 218.

Creo que sí, que por rumores y comentarios... No me quiero acordar, hace ya muchos años, cuando tuve que visitar un archivo provincial de Hacienda y entrevistarme con la archivera. No oculto que me embargaba una sensación entre el temor y el empequeñecimiento. Además cuidao, por una parte se decía de las archiveras pata negra que tenían sus días, y todo dependía de lo bien o mal que le cayeses. Si le caías bien, te había tocado la lotería, trabajaban de forma normal o incluso de forma inmejorable; si no le caías bien te podías preparar, porque con el imprescindible adobo machista, se decía que eran solteronas, pero sobre todo, de armas tomar; vamos, que si te descuidabas, más o menos casi te podían soltar una injuria real y hacerte atravesar la pared. He de reconocer que esta archivera no pudo ser más amable conmigo y en cuanto al estado civil, me daba absolutamente lo mismo; pero es cierto que tenía una pose algo afectada, y resultaba molesto. Por ejemplo, al concluir una de las consultas, recuerdo muy bien que le dije que había sido muy amable, porque era cierto que lo había sido. Me contestó "es que yo soy una archivera auténtica, del Cuerpo Facultativo de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos. Lo malo es que ahora en los archivos trabajan quienes no son auténticos archiveros, y claro...". Con la misma sinceridad os digo que la idea-estatua que me hice, era de barro, y cuando vi lo poco y mal que había trabajado la buena de la señora, me quedé de piedra. No sólo yo. Me dicen que desde que se jubiló no cubren la plaza porque otra como esta, no.


Como todas las generalizaciones son injustas, me gustaría hablaros de alguien que me parece admirable como funcionaria pública. Esta chica empezó a trabajar en un archivo como auxiliar (hoy ayudante) en torno a 1940, codo con codo con otra chica, facultativo, que lamentablemente estaba desterrada como consecuencia de un expediente de depuración. Cualquiera de las dos me parece un ejemplo de compromiso con su trabajo. La facultativo volvió a su ciudad de origen a finales de los 40 o principios de los 50, pero la auxiliar siguió hasta que falleció en torno a 1974. Esta mujer, al parecer algo monjil :-) , se llevaba trabajo el fin de semana y el lunes volvía con 200 fichas copiadas a mano y escritas a plumilla, mojando en el tintero. No quiero referirime en detalle a su trabajo pero es una verdadera barbaridad, mucho y bien; vaya, que se nota que no paraba un solo día, y además de organizar y describir los fondos, uno sobre todo, catalogaba y llevaba la biblioteca y además hacía de auxiliar administrativo, y de habilitada de pagos, y durante años también llevó el archivo provincial de Hacienda, etc. Un problema que acabó por terminar con su vida hizo que perdiese una pierna. No dejó el trabajo. Al contrario, alquiló una casa muy cerca del archivo para poder seguir trabajando. Al fallecer, le comentó al director que sólo lamentaba morir por no acabar de catalogar el fondo que llevaba trabajando más de 30 años. Sigue presente el respeto y la admiración hacia ella en ese archivo, tan presente que hasta el fantasma que hay en los depósitos -porque haberlo dicen que haylo- y al que también se mira (imagina) con afecto, lleva su mismo nombre.

Concluyo con un chascarrillo, y espero que así se entienda. Hace pocos días consultaba sendas licitaciones del MCU para digitalizar documentos. Más o menos me hice la idea de que una era para un porrillo de fondos relacionados con la Guerra Civil y penurias subsiguientes, y la otra, afectaba a diversos fondos que no se relacionaban con el monotema. Me llamó la atención que la mayor parte de los archivos, a la hora de abordar el estado de conservación de los documentos, empleaban el consabido bueno, regular o malo. En algunos casos, incluso llegaban a precisar que un tanto por ciento x presentaba ataques de anóbidos, otro tanto por ciento y, estaba afectado por tal patología, etc. Pues bien, en uno de los archivos, me subió las comisuras de los labios el ver que anotaban para la conservación: delicada. Con toda mi consideración, hombre, me parece un eufemismo algo afectado. En viejos IDDs uno comprueba que no tenían pelos en la lengua, y me parece a mí que aportaban más información los tabúes, que empleaban sin complejos: carcomido, podrido, roto, faltoso ¿Que ahora no suenan bien y es mejor el bueno, regular o malo? Estupendo. Pero oye, si se hacen cambios, no sé si me paso de rosca pidiendo que se vuelva y acepte con toda naturalidad el carcomido, podrido, faltoso, o roto, lo que sí creo es que esto de que el estado de conservación es delicado, es pasarse de cool y de fino ¿o no? :-)





martes, 23 de diciembre de 2008

Sic vos non vobis


Para quien esté o se pase estos días por Madrid, tengo el gusto de recomendar esta exposición que se celebra en la Biblioteca Nacional. No es una muestra espectacular, con un gran despliegue de medios como su vecina dedicada a Amadis de Gaula y los libros de caballería, pero se deja ver muy bien. Creo que está orientada al gran público y a éste le ofrece una visión de conjunto sobre la evolución del Cuerpo Facultativo de archiveros-bibliotecarios, luego Cuerpo Facultativo de archiveros, bibliotecarios y anticuarios, y hoy, Cuerpo Facultativo de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos.

En cualquier caso, para quien esté más familiarizado con la historia de este cuerpo, o con la de los archivos, bibliotecas y museos que sirven o sirvieron, la exposición ofrece unos cuantos guiños, algunos impagables. Por ejemplo, aparecen varios retratos de archiveros muy conocidos, caso de Vicente Vignau Ballester [casi me da un pasmo al verlo ;-) ], caso de Tomás Muñoz Romero o de Francisco González Vera. Tal vez la pieza más llamativa sea un precioso plano a dos tintas que recoge la fachada del desaparecido Archivo General Central, sin que me hubiesen pasado desapercibidos algunos interesantes documentos, como un recuento de la documentación eclesíastica.

Uno de los guiños me hizo hilar, no sé si muy fino, pero desde luego hilé. Al ver uno de los retratos de lejos, me pareció el de Wenceslao Fernández Flórez. Inmediatamente me acerqué a la cartela y vi que no era él, sino ¡Miguel Gómez del Campillo! Como muchos sabréis, este archivero, director del AHN al concluir la Guerra Civil, fue instructor de muchos expedientes de depuración del Cuerpo Facultativo. Pero la sorpresa o el guiño subió de punto. Frente al retrato de Gómez del Campillo aparecía en una vitrina un pliego de descargos de... María del Carmen Pescador del Hoyo. No tenía ni idea que esta archivera tan conocida fuese depurada, pero vaya si lo fue. Haciendo ahora una búsqueda en el BOE, en el de 24-V-1941 se le impone:

-Prohibición de solicitar cargos vacantes durante cinco años.
-Postergación durante cinco años.

-Inhabilitación para el desempeño de puestos de mando o de confianza y especial prohibición de servir en bibliotecas donde pueda tener comunicación con el público juvenil.

En consecuencia, se dispone su traslado desde la Biblioteca Pública de Zamora al Archivo Provincial de Hacienda en la misma ciudad. Debió recurrir, pero en el BOE de 7 de abril de 1942 se hace firme la sanción. El guiño seguía dando vueltas. Como muchos recordarán, esta autora en un artículo, tal vez La documentación de la Administración Central y sus vicisitudes, critica con dureza el edificio que ocupa el AHN y a quien impulsó su construcción. Por esas fechas ejercía la dirección del centro Gómez del Campillo, y tal vez este tuviese algo o mucho que ver con esas obras.

Y sigo con el juego que dan las piezas alusivas a Gómez del Campillo y Pescador del Hoyo, Si el primero fue instructor del expediente de depuración de la segunda, o actuó en la revisión del mismo, no es de extrañar que ésta se despachase a gusto, entre líneas, contra alguien que le había fastidiado la vida. En fin, un guiño realizado con elegancia y sin estridencias, que ya se pelearon ellos y bastante mal lo debieron pasar (a Gómez del Campillo creo que estuvieron a punto de fusilarlo), como para que ahora nosotros tengamos que repetir o interiorizar sus experiencias.

Con vuestro permiso, me voy a cenar el catálogo, que está bien de precio (30 €) y se imprimió para ser leído.

PD: Hace no muchos días mi otro yo se pasó por el AHN. El trato fue exquisito. Iba junto a un amigo, para más señas arquitecto, que con indisimulado hastío me suele acompañar en excursiones varias por archivos, aunque no entre -yo también transijo y acudo a museos y exposiciones de pintura que con demasiada frecuencia no me dicen absolutamente nada. Esta vez entró, aunque salió pronto. Le pregunté al irnos qué impresión había sacado del edificio, y me dijo que era cutre-cutre, que no se esperaba algo así, y tampoco se correspondía con el nombre que lleva la institución; vamos, que a nadie se le escapa que al AHN le hace falta un nuevo edificio...

lunes, 24 de noviembre de 2008

Murguía ¿archivero?


Con ocasión de celebrarse en 150 aniversario de la creación del Cuerpo Facultativo de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos, no sé hasta qué punto es justo homenajear a un cuerpo en su conjunto -en el que es de suponer que como en cualquier colectivo habrá de todo- y me pregunto si no sería preferible hacerlo de forma individual, a multitud de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos que cumplieron con su trabajo.

No era el caso de Manuel Martínez Murguía, del que se conocen pocos escritos y trabajos suyos en los centros por los que pasó. Fue nombrado miembro del Cuerpo Facultativo en 1868 por el conocido sistema de digitalización, debido a los méritos literarios que había alcanzado con la publicación de su Historia de Galicia. Su primer destino: la Dirección del Archivo de Simancas, de donde salió en 1870 de forma inopinada después de haber dado una bofetada a un archivero -Francisco Díaz Sánchez. Y también salió con varios volúmenes conservados hoy en la Real Academia Galega que contienen copias de documentos, pues en lugar de ocuparse de que los funcionarios redactasen IDDs, los hacía copiar documentos para sus trabajos particulares. Se le impuso un traslado forzoso al Archivo General de Galicia, en donde siguió sin hacer otra cosa que investigar hasta 1875 en que fue declarado cesante.

De Murguía aún circulan por Umbilicus mundi algunas historietas de tradición oral. Una dice que era tan bajito como mujeriego; que era capaz de pasar toda una noche frente a una casa de la avenida de Navarra, pidiendo a una amiga de nombre Rosa que lo dejase pasar (-¡Abre Rosa! ¡Abre mujer!); y famoso también por poseer un ¿cómo lo digo para no ser soez? ummm... digamos que la naturaleza lo había dotado con un aparato reproductor de dimensiones descomunales... ¡Un fenómeno! Era también muy característico su tipo, pues iba siempre con el mismo uniforme: chistera y gabán largo -verano e invierno. En mi casa se recuerda que lo veían entrar todos los días en la calle del Papagayo, -que en Umbilicus mundi era el barrio chino- y al salir, acudía a la cercana Biblioteca del Real Consulado en cuyo patio interior lo esperaban los chiquillos de la zona, con los que era muy cariñoso y siempre agasajaba con caramelos que llevaba en los bolsillos, al menos, según contaba una de las agasajadas.

Pero de Murguía, se recuerda con una sonrisa su carácter cascarrabias. En este punto, hacía bueno aquello de que home pequeno, fol de veneno. En el mismo Archivo de Simancas, dejó patente su rabieta, pues poco antes del affaire de la bofetada, Manuel García González, archivero jubilado, decía:

"a presencia mía y a la de sus subalternos, prorrumpió [Murguía] con voces desentonadas diciendo que se caga en el Capitán General, en el Gobernador, en el Alcalde, en el Gobierno y en el Ministerio de la Guerra y Fomento" :-)

Julio Estrada Nerida. Páginas de una biografía. Manuel Murguía, director del Archivo de Simancas (1868-1870). A Coruña : O Castro, 1983, p. 37.

PD: ¿Seguro que alguien como Murguía merece un homenaje, no como historiador, sino como archivero?