sábado, 26 de mayo de 2012

De aquella macarrada anarquista

Sigo con ejemplos que tratan de documentar cómo eran aquellos anarquistas, los de la calle, no las excepciones de las que parece que la hagiografía al uso quiere trasladar una imagen idílica, callando aspectos de su carácter como la chulería, la agresividad, lo primario, el mal gusto y demás del mismo tenor. Estaba por aquellas fechas muy de moda entre los obreros y algunos burgueses, tanto en derechas como en izquierdas el hombre-hombre. Se entendía por tal un señor de pelo en pecho, cuanto más feo más hermoso, con el consiguiente olor a sobaquillo, y por supuesto debía demostrar con los hechos que contaba con unos atributos de tamaño colosal para hacer frente a cualquier pelea, salir airoso, y sobre todo que se supiese y se le temiese. Un macarra, callejero o como se quiera decir. Me cuentan que aún en los años 50 algunos hombres se quejaban de que las mujeres ya no eran mujeres porque no olían a mujer sino a polvos de talco... Quiero decir con lo anterior que en algo habremos evolucionado, aunque algunos políticos y estudiosos crean que el común de la población sigue siendo tan primaria como en los años 30 y se la puede agitar con éxito; o para cuestiones de memoria histórica, se creen que la gente es, básicamente, imbécil.

Repito foto porque el suceso del que me ocupo hoy ocurrió en las inmediaciones de la casa de Bendamio. El 12 de febrero de 1936 iban por la avenida de Fernández Latorre, discutiendo de forma acalorada, Ramón Mejuto Eiroa, de 26 años, tipógrafo, y Nilo Pena Veira, de 29, marinero. De Mejuto Eiroa se dice en un informe policial de finales de los 50 que era un elemento "anarcosindicalista de acción, muy peligroso, pendenciero, borracho, ha sido denunciado y detenido varias veces por amenazas, escándalos, malos tratos, hurto y por tenencia ilícita de armas" (Lamela, p. 78), aunque en los 50 mostraba ya una actitud pasiva dedicándose a su trabajo. Nilo Pena Veira contaba en 1936 también con antecedentes policiales, como no podía ser menos contra la propiedad, y por atentado a un policía en el año 29. En esa noche del 12 de febrero de 1936, en la que según la Policía "se habían oído algunos disparos en distintos puntos de la población", entre otros los efectuados contra Juan Canalejo, parece que Ramón Mejuto y Nilo Pena andaban tan acalorados porque querían pelearse y tenían intención de hacerlo en un callejón inmediato a la casa de Bendamio. Los vieron unos guardias de Asalto que comprobaron cómo al levantarle el aire la america al Mejuto, bajo ella se veía un revólver. De inmediato les dieron el alto, los cachearon, ocupándosele el arma en cuestión. No estuvo ni una semana en prisión porque se benefició del decreto de amnistía que promulga el Frente Popular en cuanto llega al poder. Mis notas.

Las penas privativas de libertad entiendo que cumplen varios fines: proteger a la sociedad del delincuente; castigarlo para que no reincida; dar satisfacción a las víctimas del delito empleando cauces civilizados; servir de ejemplo para que otros no desarrollen la misma conducta; y reinsertarlo en la sociedad, aunque mucho me temo que si natura non da, y yo creo que cuando dos individuos deciden de común acuerdo llegar a las manos para solucionar diferencias, es porque deben ser algo limitados en recursos (algún autor llama a esto impotencia mental), así que lamentablemente se puso en la calle a individuos que no fueron reeducados porque carecieron de tiempo para atemperar sus odios con una temporada en aquellas bonitas cárceles celulares. También se puso en la calle a falangistas, de los que puedo decir lo mismo aunque me caigan más simpáticos por aquello de que durante la república los pobres las llevaban todas, pero no se acogotaban. Como las familias de los presos de izquierdas --la mayoría-- votaban al Frente Popular y en este había varias formaciones que en realidad carecían de bases, teniendo que caer simpáticos a gentes como las que vimos hoy, se les puso en la calle, siguieron agitando la botella y esta reventó. Se odiaban, y ese odio les daba fuerzas y los impulsó a cometer las mayores barbaridades en ambos bandos sin que les produjese mayor susto, no a todos, pero sí a los suficientes. A mi me contaron que un republicanote, postergado en el cuartel para ascensos y otros beneficios, precisamente por su opción política, cambió radicalmente de pensamiento cuando llegó a Asturias, no recuerdo si en el 34 o 36. Al parecer llegó a la plaza de un pueblo, cuyo nombre tampoco recuerdo, y vio varias cabezas magulladas. Eran las del cura, alcalde y otro más, que eran de derechas. Los rojos los enterraron vivos, les cortaron las cabezas, y jugaron con ellas por la plaza de ese pueblo asturiano. Quien me contó esto en diversas ocasiones (lamentablemente eran batallas que no me interesaban absolutamente nada y no ponía atención), me decía que había sufrido una especie de shock, los suyos no podían ser así, y cambió; shock similar al que sufrió cuando una noche lo designaron para fusilar, con otros, a un grupo de paisanos, en ese u otro pueblo asturiano. Decía que no había pegado ojo, que lo iban a llamar a las 5 o 6 de la mañana pero poco antes llegó alguien que lo avisó. No era preciso que se levantase a esa hora porque se habían presentado varios paisanos del pueblo, voluntarios, para fusilar a sus convecinos. Se odiaban.



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