miércoles, 7 de marzo de 2012

Ser un estudiante católico antes de la guerra


La imagen de Cancelo refleja un espacio que se ha transformado de forma notable --y no diría yo que para mejor. Se puede aumentar (Ctrl+rueda del ratón) aunque dejo una imagen actual por si no se reconoce bien. En primer lugar tenemos la calle de Fonseca con la residencia de los Jesuitas; viene a continuación un interesante edificio de viviendas, cupulado; sigue otro edificio de viviendas que por fortuna se conserva, y a su lado el viejo colegio de los Maristas, con sus dos ramas de U que levantan cuatro pisos, muro del patio por medio. El colegio y residencia de los HH Maristas fue incautado en 1931 o 32 y en él se estableció la Escuela de Comercio y la Normal de maestras. Dada la proximidad del instituto Eusebio da Guarda, el único entonces, ese entorno fue el centro estudiantil de la adolescencia local. No les vino muy bien la proximidad de la Casa del Pueblo de las Juventudes Socialistas, instalada en la calle de Juana de Vega, junto a la iglesia de los Jesuitas, en unos locales que habían sido de las congregaciones de San Estanislao de Kostka --los Kostkas-- y San Luis Gonzaga --los Luises--, y de los que se había incautado el Estado con los demás bienes de los Jesuitas hasta que con motivo los disturbios provocados durante el recuento electoral de las elecciones de febrero del 36, fueron okupados por las JJ SS, teniendo que ponerlos en la calle los militares durante el Alzamiento.

Digo que no les vino muy bien esa vecindad revolucionaria a los estudiantes porque precisamente un mes más tarde, a mediados de marzo de 1936, comienzan en la zona una serie de cacheos y agresiones a los estudiantes católicos o derechistas, en las que de nuevo salen a relucir armas de fuego. Da la primera noticia El Ideal Gallego en su número de 19 de marzo de 1936:

Los alumnos del Instituto, coaccionados

Desde hace unos días los alumnos del Instituto vienen siendo objeto de innumerables coacciones por parte de elementos jóvenes revolucionarios.

Los cachean, les pegan, los persiguen. Sobre todo si adivinan que pertenecen al sector derechista.

Los alumnos del Instituto son en su inmensa mayoría niños, muy niños. Aunque así no fuera, debían ser amparados y protegidos por la autoridad; pero su condición de menores obliga, por parte de la autoridad, a vigilar de ahora en adelante la plaza de Pontevedra y calles adyacentes donde se registran estos días hechos y casos que debían sonrojar.

Y decimos debían, porque si tuviese conocimiento de ello la primera autoridad y sus agentes, a estas horas no hubiéramos tenido necesidad de acudir en defensa de la infancia estudiantil que a nosotros nos merece nuestro mayor afecto y protección.

El 28 de marzo surgieron incidentes serios, con un arma corta por medio que esgrimió un estudiante falangista para contener a los que pretendían agredirle. Parece que este día un joven repartidor de pan pasaba por la calle de Fonseca cuando se cruzó con un grupo de estudiantes de la Escuela de Comercio. Como vio que uno llevaba una insignia de la Juventud Católica, le exigió que se la sacase. Conozco un caso similar en el que una señora me contó en los 90 que los de la Lejía le exigieron que se sacase un escapulario de Acción Católica, a lo que se negó, y se lo arrancaron. En el caso que nos ocupa, el estudiante contestó que tenía tanto derecho a ir por la calle con esa insignia como él a llevar jersey rojo. Como el repartidor no aceptó la disculpa, lo agredió; el estudiante se defendió y acabó con una muñeca dislocada; el del pan, con un ojo hinchado. No quedó este conforme y fue a buscar refuerzos a Juana de Vega, sin duda a la Casa del Pueblo de las Juventudes Socialistas. Los refuerzos se dedicaron a cachear a los estudiantes y de paso a zurrarles.

LA DETENCIÓN DE JAIME FÁBREGAS

Jaime Fábregas Fernández tenía 19 años. Vivía en Juan Flórez junto a la iglesia y residencia de los Capuchinos. Precisamente cuando se incendió este templo en 1931, un hermano suyo de ocho años, Ramón, fue herido por una bala que por fortuna sólo le ocasionó una contusión en un labio y la pérdida de un diente. Jaime era natural de Corcubión, falangista, y como tal perseguido por los jóvenes revolucionarios. Según se acredita en el sumario de la causa que se le abrió, ese 28 de marzo de 1936 se vio rodeado en la plaza de Pontevedra por un grupo de mozalbetes que pretendían agredirlo, y les hizo frente esgrimiendo un revólver, que no disparó. Al verlo, los guardias de Asalto se dirigieron a donde estaba para detenerlo pero echó a correr y acabaron haciéndose con él en la parte posterior del instituto. Se queja de que al detenerlo le dieron una bofetada. Teniendo en cuenta las eximentes que se le aplicaron, que se demostró su nula peligrosidad social evidenciada en la falta de antecedentes penales y policiales, así como el hecho de observar buena conducta, fue condenado tan sólo a tres meses de arresto mayor, parte de los cuales cumplió en su casa en prisión atenuada, y otra parte en la Prisión Provincial. Más por extenso, en mis notas.

Amplía información El Ideal Gallego correspondiente al 29 de marzo de 1936:

Ayer volvieron a ser agredidos los alumnos de los Centros docentes de esta capital

-----------

Una vez más --¿será la última?-- volvieron a ser objeto de provocación y agresión por parte de un grupo de jovenzuelos, ayer mañana, los estudiantes del Instituto, de la Escuela Normal y de la de Comercio.

Comenzó el asunto en la calle de Fonseca, al encontrarse un repartidor de pan con los alumnos de Comercio.

Aquel trató de obligar a un joven estudiante a que sacase de la solapa de la americana una insignia de la Juventud Católica.

Como el estudiante le hiciera ver que tenía igual derecho a ostentar dicha insignia que él a llevar el jersey rojo, el repartidor de pan se molestó y comenzó a repartir golpes.

El alumno de Comercio repelió la agresión y le propinó una monumental paliza al provocador, el que salió del incidente con un ojo hinchado, mientras el estudiante sufrió la dislocación de la muñeca derecha al propinar uno de los puñetazos a su contrincante.

El repartidor de pan huyó y se encaminó a la calle de Juana de Vega, donde pidió ayuda a otros jóvenes.

Inmediatamente éstos se dedicaron a registrar a todos los estudiantes y al mismo tiempo les agredían.

Se entablaron peleas en las inmediaciones de los referidos centros docentes, y hubo ocasión en que mal lo pasaría un joven que pasaba por la Plaza de Pontevedra y que no tenía nada que ver con los sucesos, si no encañonase con un revólver que llevaba al grupo de individuos que intentaba agredirle.

Dicho joven fue detenido por los guardias de Asalto y pasó a la disposición del juez de instrucción de guardia.

INCIDENTES DEL 30 DE MARZO Y CARTA DE UN PADRE

Cómo estaría la situación que La Voz de Galicia, cuya línea editorial solía adoptar un tono muy moderado, se indigna con lo que estaba ocurriendo y emplea un tono que no es en absoluto el habitual, en el que procuraban sacar importancia a cualquier suceso que afectase al orden público. No indica este medio que los ataques procedían de jóvenes que realizaban gimnasia revolucionaria. Se lee en este medio el 31 de marzo de 1936:

Una situación intolerable

--------

Siguieron ayer ante los centros docentes de esta capital y en sus inmediaciones los ataques, insultos y agresiones a los jóvenes alumnos por parte de ciertos grupos de mozalbetes que les esperan y cuya acometividad provocativa e inmotivada nadie previene ni corrige.

Se repitieron las colisiones y resultaron heridos o contusos por efecto de pedradas o golpes de porra, varios muchachos pertenecientes a conocidas familias.

Tales excesos y desmanes, van resultando de todo punto intolerables. ¿Dónde están los agentes de la autoridad cuya sola presencia bastaría para ahuyentar a los agresores? ¿Qué órdenes dicta el gobernador civil para atajar estas colisiones diarias?

¿Hasta cuándo va a seguir esta dejación de mando cuya interinidad, dado el curso de los hechos, va prolongándose en demasía?

Los incidentes del día 30 dieron pie a José Martínez Pereiro, padre de cinco estudiantes --que se vio obligado a enviar fuera de la ciudad al que estaba más amenazado de muerte-- a ofrecer sus impresiones en una carta que dirigió a El Ideal Gallego y que este medio publicó el 31 de marzo de 1936 bajo el título Padres en angustia. Destaco en negrita algunas frases.

Sr. Director de EL IDEAL GALLEGO.-- Ciudad.

Mi querido amigo: Te ruego muy encarecidamente la inserción de las líneas que siguen, intérpretes sin duda alguna de la angustia que desde hace días vienen pasando muchos padres y muchas madres de familia de La Coruña.

Al regresar ayer a mi casa, después de pasar varias horas trabajando intensamente en mi oficina, hallé ante la puerta un nutrido grupo de personas, la mayor parte niños de 10 a 15 años en actitud un tanto anormal. Averiguo la causa y me entero de que uno de mis hijos, de 14 años, que jugaba con otros amigos en un parque de la ciudad, había sido rodeado por diez o doce muchachitos, una buena parte de ellos presentes, con objeto de darle una paliza. Pregunto por qué y me dice una hija que evitó la agresión que a ella se le había contestado que "porque les daba la gana". Alguien me llama la atención acerca de un jovencito de uno de cuyos bolsillos asoma una piedra puntiaguda de peso no inferior a quinientos gramos; intento detener al presunto agresor y no es posible, porque rápidamente se pone fuera de mi alcance, aunque no desiste ni mucho menos de la actitud insolente y provocativa que había adoptado.

Llegado a mi domicilio y enterado al por menor de lo sucedido, llamo telefónicamente al Excmo. señor gobernador civil, quien amablemente dialogó conmigo, pero no pude lograr más resultado positivo que el de que seguiría tomando medidas para evitar incidentes. Yo no sé si el señor gobernador tiene o no hijos. Si los tuviera comprendería sin duda la horrorosa situación de una familia con cinco hijos matriculados en el Instituto y amenazados todos de muerte por el delito de confesarse y conducirse como católicos. Así llevamos muchos días, y la situación, lejos de mejorar, empeora de día en día. Ayer, por ejemplo, fueron puestas fuerzas de Asalto en las proximidades del Instituto. Mis hijos me dicen que a pesar de ello, los "pioneros" entraron en el edificio, y algunos de los alumnos que forman parte de esa organización, o sección o lo que sea, señalaban a los que no lo eran, sus compañeros clasificándolos según su criterio: "ese es fascista; ese, de los estudiantes católicos; ese, socialista, etc. ¡Y pensar que ni perseguidores ni perseguidos pasan de los 14 años!

Vista la inseguridad y la falta de garantías respecto a la integridad personal, acuerdo enviar fuera de la ciudad al más amenazado de los hijos. Espero de la comprensión de los catedráticos y profesores una generosa interpretación del principio y del fin de las vacaciones de primavera. Pero me quedan otros cuatro por los que he de temer constantemente y a los que en verdad no sé qué decir como padre. ¿Les aconsejo que resistan a la violencia? Ya puedo contar con que conocerán las incomodidades de prevenciones y calabozos de comisarías y cuartelillos cuando no de prisiones ¿Les digo que eviten, pase lo que pase, todo choque? Pues he de resignarme a tener provisión de vendas y material quirúrgico. Todos sabemos que no discurro ante hipótesis improbables sino ante realidades trágicas. Las familias que, aun como la mía, ponen cuidado exquisito en cumplir hasta el más pequeño pormenor las disposiciones vigentes, que respetan en absoluto el régimen constituido, que, sin falsa modestia, pueden considerarse modelos entre los que cumplen sus deberes ciudadanos, jurídicos, morales y cívicos, pero que creen que todo ello es perfectamente compatible con la profesión de una fe sincerísimamente practicada no pueden ser mantenidas sin protección contra las amenazas de grupos inciviles que no sólo son intolerantes con quienes en la calle ostentan emblemas no coincidentes con su ideología, sino que van a buscar a donde los encuentren a quienes presumen enemigos o adversarios suyos.

Ni es posible vivir con tal inseguridad, ni que a los padres se nos ponga ante el espantoso dilema de contemplar impasibles como nos matan a los hijos o estar constantemente dispuestos a matar en defensa de ellos. Sin duda, todos los que fundamentalmente piensan como yo, se unen con fervor al apremiante llamamiento que hago a la autoridad para que el orden y el respeto mutuo sean mantenidos en la calle y en los centros de enseñanza. Que no se nos hable de medidas. Que se nos ofrezcan realidades.

Con gracias anticipadas, querido director, te saluda y estrecha la mano tu atribulado amigo

JOSÉ MARTÍNEZ PEREIRO


No fueron las últimas colisiones de la temporada en las que jóvenes revolucionarios agredían a estudiantes católicos o de derechas, pero sí las del mes, y creo que para una anotación es suficiente por hoy.



1 comentario:

LA NIÑA DEL EXORCISTA dijo...

Este José Martínez Pereiro era abogado y había sido director de El Ideal Gallego. También fue asesor jurídico del Ayuntamiento de La Coruña, siendo depurado por no ser afín al Frente Popular, cargo en el que fue repuesto tras el 18 de julio.