jueves, 7 de mayo de 2009

Mobbing en el Archivo de Indias


Venía yo tan ricamente en mi bici, -porque yo para moverme por ciudad suelo usar la bici- cuando me encuentro una carpa en la que se celebraba la Feria de Abril en Umbilicus mundi ¡Ostrás, Pedrín! Y allí estaba un grupo de umbiliqueñas vestidas de andaluzas, a la grupa de un caballo y tal y tal y tal. Tengo que reconoceros que la música andaluza o la de los Chunguitos ni me va ni me viene; tampoco soy un apasionado de los bailes regionales en general, pero esto de encontrarme con una Feria de Abril en pleno cogollo de Umbilicus mundi, me parece un poco rarito, un quiero y no puedo; pero vamos, cada uno a su aire y si los participantes no creen que hay un sitio para cada cosa y que cada cosa está mejor en su sitio, estupendamente.

Viene a cuento este largo preámbulo porque recordé al pasar por ese remedo de feria un articulito que no sé si conoceréis y me parece interesante. Algo dice J. María de la Peña y Cámara en su Guía del AGI, pero J. Félix Machuca en este trabajo publicado en ABC (Sevilla, 2/11/2006) , amplía y proporciona información que no carece de interés.

MOBBING EN EL ARCHIVO DE INDIAS / José Félix Machuca

En aquella Sevilla de círculos ilustrados, reuniones en el Alcázar, academias y sociedades de Amigos del País, lecturas clandestinas de Voltaire, apertura de bibliotecas y reivindicación del teatro y la comedia, existía el mobbing. No resulta demasiado exagerado pensar que los abusos de autoridad, malos tratos, humillaciones y vejaciones que el director del Archivo protagonizaba formaran parte de los comentarios más encendidos de las tertulias sevillanas. Entre bromas y veras, ironías y chanzas deberían abordar el intratable perfil del inquisidor, don Antonio de Lara y Zúñiga, que al decir de sus sufridos trabajadores, es «áspero, intrépido y extravagante» lo que les hace temer escandalosos resultados.

A tenor de lo que se lee en un documento del legajo 1854 A de la sección de Indiferente estos resultados fueron verdaderamente escandalosos porque el Inquisidor se las traía hasta el extremo de hacerles sentir a sus subordinados «los efectos sangrientos de un genio despótico en el trato; en el establecimiento de la oficina y en las astucias de que ha usado, destructivas de la paz y tranquilidad necesarias» para el trabajo.

Es de suponer que, con la proverbial mala uva local y la guasa que embotella, en los círculos más informados de la ciudad se comentara que el citado director del Archivo exigía a sus trabajadores que le llamaran «Señor, atribuyéndose este carácter en sus mismas expresiones, en términos que reconociéndolo por tal los operarios le nombraran el Amo o el Señor y como tal se ha tomado las facultades del Archivero, tesorero y Oficiales, trasladando a su casa los caudales, y solo usa las voces de mando, ordeno y dispongo». Estas noticias debieron volar de campanario en campanario, de azotea en azotea y de balcón en balcón porque la fama del inquisidor director del Archivo no podía ni taparse ni esconderse. Y mucho menos ahora que, en forma de suplicante y subordinada queja, se elevaban los martirios laborales de don Antonio Lara y Zúñiga a conocimiento directo de su Real Alteza Carlos III.

Lavar la fama insensible y tiránica de aquel primer director del Archivo General de Indias, que en 1788 llevaba tan solo tres años creado, hubiese necesitado de gabinetes de prensa mucho más incisivos y biodegradantes que el de algunos ministerios de la actualidad. E incluso así su resultado no hubiera sido absolutamente pulcro. Era mucho lo que tenía que limpiar aquel probable primer acosador laboral del que tiene noticias nuestra historia local. En el citado documento se lee que el bárbaro Lara y Zúñiga «les hace sentir a los suplicantes de continuo en presencia i en ausencia, con ultraje i desonor; llenandolos de expresiones indecorosas y diciendoles en público a gritos descompasados, idiotas, ineptos, bobos, ignorantes; que son incapaces de desempeñar sus empleos; que les ha de privar de ellos; que le roban a V.M. los sueldos...» Sin cortarse un pelo de su absoluta autoridad, el tremendo director del Archivo llegaba más lejos aún en sus amenazas pues «conmina a los exponentes con suspensiones, prisiones, calabozos, presidios y aun suplicios».

«Ladrones, vergantes»...

Darle torno, caballo o agua a un archivero, por muy inquisidor provincial de Sevilla que se fuera, no debía de ser nada razonable. Incluso para un tribunal que casi nunca estuvo guiado por inspiraciones celestiales. Como no podía meterlos en la jaula, el inquisidor Lara y Zúñiga enjaulaba la estima de sus trabajadores. Y le decía a los peones y operarios del Archivo: «ladrones, vergantes, brivones, barbaros, bestias, animales; sin excluir a los sobrestantes y director de la Estanteria, don Blas Molner, a pesar de su notoria honradez». Este Blas Molner es el Blas Molner que diseña y talla las hermosas estanterías de caoba y cedro macho cubano del Archivo, decoradas con motivos indianos y una auténtica obra de arte que han guardado durante siglos legajos de memoria colonial. Igualmente Molner está estrechamente vinculado al arte sacro sevillano, como autor de tallas y retablos para iglesias locales. Pues bien, al bueno de Molner le hubieron de aplicar remedios y sangrías porque «en público lo ha puesto repetidas veces de ladrón i infame con otros dicterios horribles, hasta haver logrado que padeciese un trastorno de sentidos...» (¿Estrés, depresión?)

Tan iracundo personaje llegó a poner en peligro de muerte al Oficial primero del Archivo, Don Manuel Zuazo, de setenta años y firmante del documento. Se lee en el mismo que «sufrió un acometimiento del director, tan furioso e insultante que le causó en la misma noche una repentina erupción de manchas negras, con síntomas mortales que le obligaron a confesar...» Otro operario, don Pedro Navarro, tras otra furibunda acometida, cayó «accidentado en el sillón, con insulto que rompió en alferecia y conmovió a todos al mayor dolor».

A falta de sindicatos...

Semejante director le hubiera durado a CC.OO. o a UGT lo que le ha durado a los sindicatos su independencia de los presupuestos generales del Estado. O sea, nada. Pero en 1788 aún se está muy lejos de que los sindicatos se armen como fuerza laboral contra abusos patronales tan evidentes como el de aquel inquisidor de la Sevilla del XVIII llamado Antonio de Lara y Zúñiga, martillo de archiveros y perseguidor de funcionarios.

El documento recoge al final de su exposición los nombres y firmas de los «suplicantes», que son: Manuel de Zuazo Yáñez; Gregorio de Fuentes (archivero mayor); Luis Vicente Sedo; Antonio González de León; Pedro Navarro; Ventura Collar y Castro y Francisco Ortiz de Solorzano. No aparece la firma de nuestro tallista e imaginero, Blas Molner, sin dudas aún pendiente de recobrar su maltratado ánimo tras experimentar en propias carnes lo que significaría, más de doscientos años después, el acoso laboral.

http://www.abc.es/hemeroteca/historico-02-11-2006/sevilla/Home/mobbing-en-el-archivo-de-indias_1524053244096.html

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