martes, 26 de mayo de 2009

Escándalo de los manuscritos vincianos: yo sigo


El hecho de traspapelar un documento en un archivo o biblioteca no creo que suponga ninguna novedad. Imagino que ocurre en todas partes. En este caso, mucho me temo que también influyó una cierta pose de infalibilidad de la institución, como si presumiesen de que a ellos este tipo de cosas no les pueden suceder, y yo soy de los que creen que en todas partes cuecen pan. En principio, me resulta creíble la versión que ofrece Carlos G. Santa Cecilia en su estupendo artículo publicado en El Mundo, aunque matizaría algo la actitud poco leal de Piccus con López de Toro.

Sólo lamento no conocer la versión que ofrece a día de hoy el jefe de Manuscritos de la BN, pues por una parte, no soy un adorador de libros, y antes de gastarme 1.500 € en una edición crítica, sinceramente, los daría con muchísimo más gusto a cualquier entidad benéfica, que no tengo a los libros por objetos decorativos, ni me parecen santos, ni creo que un libro deba ser un objeto de lujo al alcance de aquellos que se lo pueden permitir, por los mismos motivos, tampoco me parece ético rellenar una desiderata para que la biblioteca X me compre esta obra; por otra parte, no sé que la jornada técnica organizada con motivo de la nueva edición de los manuscritos vincianos, y en la que intervino Martín Abad, se vaya a publicar, así que resulta evidente que para este cesto faltan algunos mimbres fundamentales, pero es lo que hay.

Para intentar una aproximación a la visión actual de J. Martín Abad, también topé con la dificultad de que un libro suyo estaba perdido. Sé yo de muy buena tinta que cuando se fue a buscar el libro en cuestión, faltaba, y no había testigo. Se buscó por toda la casa el libro (documentos reservados por algún investigador, sala de trabajo A, sala de trabajo B, despacho tal, despacho cual, pregunta a fulanito, pregunta a menganito...). Nada, que no aparecía. Se revisaron unas estanterías por si estaba colocado fuera del lugar que le correspondía, y seguía sin aparecer hasta que, moviendo un armario denso apareció en el suelo un papelillo con pinta de testigo. Efectivamente, era el testigo que se había caído de su lugar y con él se localizó un libro que estaba dentro de la misma casa. Claro que esta búsqueda y hallazgo que, sin encontrarme en Boston ni ser el New York Times, os doy en primicia mundial, no la hizo ningún investigador, sino alguien de la misma casa.

En ese libro, he podido consultar el artículo que sigue:

Julian Martín Abad. "Los manuscritos vincianos de la Biblioteca Nacional". En: El enredijo de mil y un diablos (de manuscritos, incunables y raros, y de fondos y fantasmas bibliográficos). Madrid : Ollero y Ramos, 2007.

En realidad, El enredijo es una recopilación de trabajos del autor. El que dedica a los manuscritos vincianos data del año 1997, así que tal vez careciese por esas fechas de algún que otro elemento de juicio, como puede ser el artículo de Carlos G. Santa Cecilia publicado en El Mundo que parece usar el testimonio de la viuda de Piccus. No le faltan minuciosidad ni prudencial distancia a Martín Abad a la hora de relatar los avatares por los que pasaron los manuscritos, pero en punto a lo ocurrido con su hallazgo o identificación, tampoco se decanta de forma clara por una postura u otra. De hecho, comienza el trabajo indicando: "presumo que tal vez nunca conozcamos una historia desapasionada de este evento. Tal vez sea incluso imposible en sus menores detalles".

Os copio dos párrafos que me parecen significativos a la hora de ver como este autor mantiene una cierta distancia de la versión que él mismo denomina oficial:

"La versión siempre oficial, insisto, señala que los manuscritos se localizaron en el invierno del año 1964 a 1965. Estaban y habían permanecido en sus lugares correctos, de acuerdo con las antiguas signaturas. La errata del Índice de Gonzalez era la responsable de tal desconcierto. El hallador, sencillamente, el Jefe de la Sección de Manuscritos, Ramón Paz y Remolar, instado por el Subdirector de la Biblioteca Nacional, José López de Toro, al que a su vez había instado reiteradamente André Corbeau. Inmediatamente después uno de los manuscritos ocupó un lugar en una de las exposiciones organizadas por la Biblioteca Nacional ese año 1965".

Tras las noticias aparecidas en el New York Times, en el Washington Post o en el ABC el 15 de febrero, sigue indicando este autor: "las informaciones que se logran reunir dan siempre la sensación de que están totalmente controladas versus manipuladas. Se tiene la sensación de que existen demasiados intereses, también claramente corporativistas, sin permitir en modo alguno un mínimo conocimiento fiable de los acontecimientos".

En fin, para mí que el cese del director y subdirector de la BN es bien elocuente en lo que a responsabilidad o culpabilidad se refiere, aunque se ocultasen los motivos de los ceses. La tradición oral dice que en los sesenta un director de la BN fue destituido porque un investigador localizó los dos manuscritos vincianos antes de que la institución lo hubiese hecho, y con eso me quedo, salvo mejor opinión.

No me parece de recibo la actitud de Piccus. Si López de Toro le permitía acceder al depósito y le había permitido también tomar imágenes de los documentos (el microfilmador declaró no tener recuerdo de haberlos procesado), lógico sería que Piccus, en atención al trato privilegiado que se le había dispensado, evitase dar publicidad al descubrimiento, tal y como se le había pedido. En este mismo sentido, hubo incluso una mala praxis por su parte al facilitar a The New York Times imágenes de los documentos, porque Piccus no era nuevo en un archivo o biblioteca de investigación, en donde en seguida se conoce que para publicar la imagen de un documento hay que pedir permiso. Y Bordonau declaró que no constaba que se lo hubiesen facilitado. En fin, que no me parece una actitud leal ni legal.




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