El castillo de Simancas está espléndido, fantástico, estupendo -salvo el bodrio del nuevo edificio que sigue sin gustarme- y uno se queda, casi casi en trance al ver aquellas piedras, aquellas maderas, aquel lujo de espacios hechos para papeles, ¡que chulada! ¡pero qué bonito, coñe! Y además, no se ha cambiado de sitio la plaquita que recuerda a Miss Alice B. Gould, que estaba y está a la izquierda de la puerta.
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