sábado, 24 de mayo de 2014

El levantamiento del 19 de abril de 1936 en La Coruña (IV)

Nos vamos al cuartel de la Guardia Civil cuya puerta de entrada me dicen que estaba aquí. En la noche del 18 de abril, durante la lista de retreta, el comandante del puesto, sargento Manuel Santos Otero, ordenó que los casados debían dormir en el cuartel. Esa orden la recibió del jefe de la Línea, teniente Juan Aranguren Ponte --hijo del general José Aranguren Roldán, ejecutado en Barcelona en 1939 por delito de traición--, por mandato del capitán José Rañal Lorenzo.

CARGARSE AL GOBERNADOR

No asistió a la lista de retreta Albino Torre Liste, guardia que llevaba unos diez años con destino de ordenanza en el Gobierno Civil. Este, sobre las diez y media de la noche del día 18, recibió del secretario del gobernador un oficio urgente para que lo llevase a la Comandancia. Al llegar se encontró con el teniente Aranguren quien le preguntó si tenía ya la orden, que estaba relacionada con la conducción de unos falangistas en situación de detención gubernativa tras la ilegalización de Falange --posteriormente declarada ilegal por los tribunales. Llegó el capitán Rañal con quien pasaron a un despacho. Este preguntó a Albino cual era la situación en el Gobierno Civil, a qué hora se retiraban, o si había visto al capitán de Asalto Manuel Patiño Porto. A continuación le dio a conocer que esa misma noche se iba a dar un golpe de Estado y que la Guardia Civil era la encargada de tomar el Gobierno Civil, ordenándole que se fuese a cenar y volviese para el edificio de Riego de Agua. Allí debía vigilar los movimientos y si iba el capitán Patiño. Según Albino, también le añadió que en cuanto oyese ruido y que llegaba la fuerza, tenía que cargarse al gobernador --en la imagen. Como el teniente Aranguren le hizo un comentario, el capitán Rañal modificó esta orden en el sentido de que sólo debía encañonar a todos y esperar a que subiesen sus compañeros.

Es interesante destacar que el capitán Rañal no conocía a Albino ni nadie le había participado a este los planes del capitán. Aunque en la Guardia Civil destaca la disciplina, el que tiene que mandar manda, y el que obedecer obedece, comunicar algo de tanta trascendencia a un guardia que no se conoce, da idea más de una chapuza entusiasta o de vivir en una situación desesperada, que de profesionalidad, de un plan bien construido y meditado.

Albino se fue a su casa a cenar, pero pasó por la de su hermano Latino, brigada con destino en la misma Comandancia y balbuceando le comunicó la orden que había recibido, y también que fuese al cuartel por haberse encontrado con un guardia que iba a buscarlo. Latino dijo a su hermano que se fuese a casa y él se encaminó al cuartel de la Guardia Civil. Al llegar a casa, Albino tuvo una reacción que es muy humana, aunque también muy poco profesional para un guardia civil, como la de un médico no acostumbrado a operar que se marease con la sangre: Albino fue presa de un ataque de nervios, y tras ventilar emociones con su mujer y suegro, se metió en cama sin volver al Gobierno Civil, ni para avisar al gobernador del golpe, ni para seguir las órdenes del capitán Rañal.  Este envió al guardia Luis Expósito Castaño al Gobierno Civil quien de vuelta en el cuartel informó a Rañal que Albino no se encontraba allí. El capitán ordenó a Expósito que lo buscase. En compañía del guardia Andrés Núñez y en el coche de la Comandancia fueron a casa de Albino. La esposa les dijo que este se encontraba enfermo en cama. De vuelta en el cuartel, Expósito participó lo anterior al capitán Rañal, quien ordenó al sargento José Sánchez Rodríguez que fuesen a buscar a Albino y lo trajesen al cuartel: "Vaya usted a casa del guardia Albino y tráigalo al cuartel de la forma en que sea, incluso en calidad de preso; a este servicio le acompañará un cabo y la fuerza que considere necesaria". El cabo fue Eugenio Blanco Abuide y los guardias resultaron ser Andrés Núñez y Guillermo González. Llegaron a casa de Albino, lo encontraron en cama, con un pañuelo a la cabeza y al preguntarle qué le pasaba, se les echó a llorar diciendo que estaba enfermo y que él no había hecho nada.

Volvieron los anteriores con Albino en el coche de la Comandancia y lo presentaron al capitán Rañal, que con el enfado que cualquiera puede imaginar dijo a Albino: Eres un cobarde, eres un cobarde que nos has vendido [o abandonado]. Tú no eres guardia civil, eres un pingajo. Mételo por ahí en cualquier rincón. Intervino entonces el teniente Aranguren quien dispuso que se le pusiese una cama en el calabozo, para lo cual hubo que levantar al guardia Gumersindo Fernández que dormía allí de forma voluntaria.

Albino tenía dos hermanos en la Guardia Civil con destino en La Coruña: el brigada Latino ya mencionado y el guardia Ramiro Torre Liste. Como Latino tenía un fuerte flemón, se le autorizó para irse a su casa. A las seis del la madrugada del día 19 fue a buscarlo su hermano Ramiro para que volviese al cuartel, comunicándole que Albino estaba en el calabozo con una fuerte excitación nerviosa. Latino vio al capitán ayudante del Tercio, José Leseduarte González, y le preguntó si estaba enterado el coronel de lo que ocurría, porque si no lo estaba quería presentarse a él. Leseduarte le respondió que no dijese nada al coronel que él arreglaría la situación de su hermano. Latino y Ramiro quisieron que Albino fuese reconocido por un médico, y Rañal impuso al de la Guardia Civil, Manuel Martínez Arnaud. Como este no dispuso nada especial en cuanto a una baja y se limitó a recetarle un tranquilizante, exigieron que lo reconociese el médico de Plaza, quien dijo a los hermanos que firmaba la baja para donde quisiesen, fuese su casa o el hospital. A las once de la mañana Albino fue puesto en libertad pero permaneció en el cuartel descansando hasta las tres de la tarde en que se le llevó a su domicilio.




sábado, 17 de mayo de 2014

El levantamiento del 19 de abril de 1936 en La Coruña (III)

En el año 1982 Carlos Fernández publicó El Alzamiento de 1936 en Galicia. En esta obra incluyó el testimonio, hasta entonces inédito, de Ángel Pérez Carballo, hermano de Francisco, gobernador civil de La Coruña que hizo frente a los militares alzados, llegando al extremo de fortificar el edificio para ofender y hostilizar a quienes se reputaban como representantes legítimos de la soberanía nacional al considerar ilegítimo e indigno al gobierno del Frente Popular. Con su conducta (hostilizar el avance de las tropas o ponerles impedimentos, etc.) se comportó desde el punto de vista jurídico como un perfecto traidor, siendo fusilado sin formación de causa el 25 de julio de 1936 en aplicación del bando declaratorio del estado de guerra. En el testimonio aludido, Ángel viene a decir que el gobernador conoció un proyecto para asesinarlo; y lo conoció a través de un guardia civil llamado Albino. Algo así ocurrió durante el levantamiento que nos ocupa, como veremos. Según el testimonio, Albino también dio el nombre del inductor, que sería el teniente coronel del mismo Instituto, Florentino González Vallés; la esposa del gobernador, Juana Capdevielle, tras saber por Albino lo planeado se desplazó a Madrid entrevistándose con Casares Quiroga, a quien dio cuenta de lo anterior. Señala asimismo que a posteriori, Casaritos recibió la visita de González Vallés, desplazado rápidamente a Madrid al conocer el viaje de la esposa del gobernador, y al ser según dice, amigo del presidente del consejo de ministros, no tuvo dificultad en convencerlo de lo que el presidente quería creer. Algo o mucho de lo anterior no encaja.

EL EQUÍVOCO CON GONZÁLEZ VALLÉS

El testimonio resulta un poco extraño, en primer lugar porque en la información escrita y en la causa que se instruyó --y veremos--, no aparece por parte alguna el nombre de Florentino González Vallés. Este era jefe del Parque Móvil de la Guardia Civil en Madrid. Es sabido (véase este interesante trabajo) que con ocasión del desfile del 14 de abril de 1936, el alférez de la Guardia Civil destinado en el Parque Móvil, Anastasio de los Reyes, resultó muerto por disparos realizados por la turba. El gobierno quiso imponer un entierro discreto, al anochecer del mismo día 14, en la intimidad. Pese a que el hijo del finado peregrinó por despachos y ventanillas, no consiguió que se le entregase el cuerpo de su padre para velarlo como sucede con cualquier otra persona, tenga una muerte violenta o natural. Como Florentino González Vallés, jefe del fallecido, también había querido instalar la capilla ardiente en el Parque Móvil de la Guardia Civil y tampoco lo consiguió, al comprobar que el hijo no lograba hacerse con el féretro, se dirigió con otros militares al depósito judicial exigiendo que le entregasen el cuerpo del fallecido:

--En nombre del Ejército y de la Guardia Civil, venimos a hacernos cargo del cadáver del Alférez que ustedes tienen.

--R: Pues, como ustedes saben, el cadáver de este oficial está a disposición de la Dirección General de Seguridad y yo, sin orden expresa...

--Usted, doctor, no me ha entendido bien o no quiere entenderme, he dicho que venimos por el cadáver del señor Reyes...

El ataúd se montó en el correspondiente coche fúnebre que remontó el Paseo del Prado hasta el Parque Móvil en la Castellana. Durante el trayecto, la comitiva fue abordada por un vehículo en el que iba el general Pozas, inspector general de la Guardia Civil, que conminó a González Vallés para que devolviese el cadáver al depósito judicial. El teniente coronel lo escuchó, y no cumplimentó la orden manifestando que asumiría personalmente las consecuencias, como efectivamente ocurrió. Al llegar al Parque Móvil de la Guardia Civil, González Vallés tenía ya el día y hora del entierro: el 16 a las 11 horas, precisamente para evitar la presencia de público y de militares que a esa hora estarían de servicio. Cambiaron la hora y se celebró a las tres de la tarde, produciéndose una nueva ensalada de tiros en la que fallecen seis personas y resultan heridas otras 32 que formaban parte de la comitiva fúnebre, tiroteadas desde las inmediaciones. Por cierto que se publicó una esquela en ABC en la que, como se ve, el gobierno llegó al extremo de censurar la hora del entierro, sin duda para evitar un acto multitudinario.

La inobservancia de las órdenes del general Pozas le costó al teniente coronel Florentino González Vallés el ser depuesto de su cargo en el Parque Móvil y arrestado. El 17 de abril quedó en situación de disponible forzoso para cumplir dos meses de arresto en Guadalajara.

El caso es que sabemos a través de la declaración que prestó el comandante de Estado Mayor, Fermín Gutiérrez de Soto en la causa 413/1936 contra el general Enrique de Salcedo Molinuevo y otros por traición (Archivo Intermedio Militar Noroeste), que González Vallés presidió una reunión de militares en La Coruña que estudiaban una sublevación. Gutiérrez de Soto se refiere en esta declaración al "teniente coronel González Vallés, que por aquellos días iba a ir a Madrid destinado ya a aquella Plaza a cuya guarnición queríamos llevase una impresión precisa de todo lo que aquí estábamos dispuesto a realizar" (fol. 59). Como González Valles fue destinado a Madrid el 12 de marzo de 1936, por esas fechas debió estar en La Coruña; como debió comenzar a cumplir su arresto en Guadalajara en torno al 19 de abril, toda vez que el 19 de junio se le autoriza a fijar su residencia en La Coruña, no se entiende que fuese el inductor de la intentona de dar muerte al gobernador civil de La Coruña en la noche del 19 de abril, máxime cuando ni el guardia Albino ni nadie lo señala en sus declaraciones, ni aparece por parte alguna en la información escrita y causa que transcribí y de la que tomo los datos para esta anotación; máxime cuando parece que el papel de González Vallés en aquella reunión fue el de recoger las impresiones de la guarnición de La Coruña para que se las transmitiese a Madrid, sin que conste que el teniente coronel tuviese un papel activo. No dejaba de ser alguien que abandonaba su destino en León para ocupar otro en Madrid. Contamos con el testimonio del general Ozores que da como autor del plan para ocupar el Gobierno Civil al capitán de la Guardia Civil, José Rañal Lorenzo. Todo lleva a concluir que Ángel Pérez Carballo padeció un error --cosa nada extraña al haber echado mano de sus recuerdos 30 años después-- al relacionar al teniente coronel de la Guardia Civil Florentino González Vallés con el intento de cargarse al gobernador Francisco Pérez Carballo. Este intento se dio, pero nada indica que el inductor fuese el que señala Ángel Pérez Carballo.

En la imagen de Blanco, publicada por La Voz de Galicia el 1 de agosto de 1936, aparece Florentino González Vallés, ya como gobernador civil de la provincia, saliendo de un vehículo en la plaza de María Pita y saludando al público que lo aclamaba.



lunes, 12 de mayo de 2014

El levantamiento del 19 de abril de 1936 en La Coruña (II)

De esta intentona de alzamiento conocemos algo de lo ocurrido en el cuartel de la Guardia Civil y el papel, o uno de los papeles que tenía asignado este benemérito Instituto, pero muy poco de todo lo demás, cuáles eran las misiones asignadas a las fuerzas del Ejército o si había presencia civil.

EL PAPEL DEL EJÉRCITO

Los consejeros áulicos del gobernador ven movimientos de camiones militares en la plaza de Pontevedra, que recogen a paisanos y militares frente al café Unión (aquí), o en el almacén de cementos de Insua Vizoso (aquí); asimismo ven un camión militar por la parte trasera del café Moderno --que ni idea de dónde estaba-- o en la calle de la Fama frente a unas oficinas militares. Incluso le llamó la atención a France García haber visto como un militar se dirigía a paso apurado por San Andrés hacia el cuartel de Artillería (aquí); un electricista que vivía en el callejón de Marcos de Naya (estaba aquí), se sorprendió al ver cómo D. Óscar Nevado entraba en un portal de San Andrés.

Todo este movimiento de tropas se justificó por una orden, reservada y urgente, que dio a las 22 horas del día 18 el general de la División, Enrique de Salcedo. Como quiera que en los días 17 y 18 se habían visto por las calles más grupos de los habituales y por confidencias se temía un alteración del orden público, el general Salcedo dispuso que que se doblasen los retenes que diariamente se nombraban y mantenían en los cuarteles. Dispuso igualmente que pernoctase en ellos la tercera parte de la oficialidad y suboficiales, pero sólo aquellos con mando en tropas, sin comprender al personal de oficinas y plana mayor. El Regimiento de Artillería de Costa nº 2, que guarnecía las posiciones del monte de San Pedro y Monticaño, cumplimentó esta orden haciendo partir la camioneta de San Pedro de delante de la oficina, tal vez en la calle de la Fama; y la de Monticaño, de la plaza de Pontevedra. Estos vehículos, llevando la protección acostumbrada, regresaron a las 00,45 horas del día 19 al Cuartel de San Amaro en donde se encontraba el garaje del destacamento. Por lo que se refiere a Intendencia, también se cumplimentó la orden empleando dos camiones que recogieron a un capitán, tres tenientes, un brigada y dos sargentos. Los camiones regresaron a San Amaro a las 24 horas del día 18. O eso se dijo...

Es evidente que este levantamiento no fue una ocurrencia del capitán de la Guardia Civil, José Rañal Lorenzo, que no se pudo contener, como expresa el general Ozores, sino que hubo una planificación --en parte tan entusiasta como chapucera según veremos-- para secundar el alzamiento de los generales monárquicos en Madrid. De hecho, sabemos por una declaración del comandante de la Guardia Civil, José Álvarez Ríos, que en la noche anterior, del 17 al 18, permaneció en el Gobierno Civil hasta las tres de la madrugada porque se temía un golpe. Uno de los papeles conocidos de la Benemérita era ocupar el Gobierno Civil y en caso de resistencia también se sabe que la Artillería haría fuego contra el inmueble. Llama la atención que el 20 de julio también la Artillería cañoneó el Gobierno Civil para forzar la rendición de los ocupantes. Lo seguiremos viendo.


jueves, 1 de mayo de 2014

El levantamiento del 19 de abril de 1936 en La Coruña (I)

Algún día tenía que empezar con esta entrada, así que comencemos. El que fue general farmacéutico, Ángel Ramos, escribió unas interesantes memorias --creo que en los 50-- que publicó su nieto, Diario de un general. En el capítulo que dedica a su llegada a La Coruña y a aquella farmacia militar instalada en la plaza de Galicia (aquí), y cuya jefatura ocupaba el comandante Miguel Galilea Toribio, señala:

A finales de mayo [en realidad marzo] de aquel 1936, el Comandante Galilea me anunció un levantamiento militar, para lo cual, trajo unos carros de arena y sacos terreros, que los pusimos en el sótano de la farmacia. Trajeron también numerosos fusiles y municiones. Estuvimos esperando como unos quince días, la orden de sublevación, pero no llegó a producirse.

Ángel Ramos: Diario de un general. 2011, p. 97.

Por su parte, el que fue general honorífico de Artillería, Eduardo Ozores Arraiz, en testimonio a Carlos Fernández, relata que en 1936 estaba destinado en el Regimiento de Artillería Ligera nº 16, de guarnición en La Coruña. El ambiente que se respiraba tanto en el cuartel como en la calle era de intranquilidad por el progresivo deterioro de la convivencia pacífica y del orden público. Así estaba el panorama cuando se presentó en el cuartel "tras el triunfo del Frente Popular --o no sé si un poco antes-- el capitán de la Guardia Civil José Rañal con el objeto de conocer nuestras opiniones sobre un alzamiento". Y añade:

El capitán de la Guardia Civil no se pudo contener y preparó un golpe de fuerza contra el Gobierno Civil de La Coruña para mediados de abril. Antes de efectuarlo, fue delatado por un compañero, juzgado --con otros militares-- y trasladado a Pozoblanco.

Carlos Fernández Santander: Alzamiento y guerra civil en Galicia, La Coruña : Xerais, vol. II, p. 677.

SOSPECHAS DEL GOBERNADOR

Ocupaba el Gobierno Civil de la provincia, Francisco Pérez Carballo, que había llegado a La Coruña el 12 de abril. Recibió confidencias en las que se decía que elementos militares celebraban reuniones en lugares apartados de la ciudad. El viernes 17 de abril tuvo noticia de que se estaba celebrando una de estas reuniones en la Granja Agrícola Experimental, lo que le produjo un cierto recelo por lo apartado que estaba entonces la zona que hoy ocupa el polígono de Elviña. Se puso en contacto con la Guadia Civil y dio instrucciones al primer jefe de la Comandancia de La Coruña para que le informase, teniente coronel Benito de Haro Lumbreras, que estaba comprometido y lógicamente indicó que en la Granja no ocurría nada anormal. En la madrugada del viernes 17 al sábado 18, el gobernador tiene de consejero áulico a un chaíñas de la calidad de France García, uno de los de la Lejía, presidente entonces de las Juventudes Socialistas, quien según el gobernador le confirma (sic) que la reunión se había celebrado. En esa misma madrugada se produce el atentado contra el general Bosch que ya vimos, perpetrado por las las JJ SS, France García incluido.

En la mañana del sábado 18 según manifestación del gobernador, el sargento de la Guardia Civil, Manuel Santos Otero, estuvo en una de las secretarías de la Audiencia tratando de adquirir pistolas. Ya veremos que de acuerdo con la declaración de un oficial de estas secretarías, que se lo comentó a uno de los de la Lejía, allí se habrían presentado dos jóvenes que se identificaron como fascistas. En ningún caso se alude al sargento Santos, que por aquellas fechas ya debía ser comandante del puesto y teniendo la Guardia Civil asumidas las funciones en lo que a inspección de armas se refiere, resulta cuando menos extraño que tuviese que proveerse de pistolas en las secretarías de la Audiencia, que las conservaban como pruebas de convicción de sumarios sobre tenencia ilícita de armas, asesinatos, etc.

Ya en la noche del 18 al domingo 19, el gobernador recibe confidencias de calidad similar a la de France. De hecho el propio France y Juan Martínez Fontenla, observan sobre las once y media de la noche del sábado que dos camiones militares recogen paisanos en la plaza de Pontevedra. No debía fiarse mucho el gobernador cuando envió a dos policías quienes le indicaron que sobre la una y media de la madrugada vieron circular por Rubine hacia la plaza de Pontevedra, ruta obligada para bajar a la ciudad desde la posición militar del monte de San Pedro, a un camión militar en el que iban soldados provistos de armas largas. La noticia se la confirmó asimismo Manolito Vázquez, conserje de Izquierda Republicana. Sobre las tres de la madrugada, otra persona le indicó que al principio de la calle de la Barrera se había estacionado un coche ocupado por oficiales de la Guardia Civil. Se bajó uno advirtiéndole sus compañeros que lo esperaban. Otro testimonio le señaló que un capitán retirado de la Guardia Civil, vecino de la calle de Picavia, que no recibía, esos días recibió numerosas visitas de militares. Sobre las cuatro cesó el movimiento de tropas y el gobernador se retiró a descansar.

Las noticias, pese a parecer en parte ciertas, en general se aproximan al cotilleo, a haber hecho algún curso sindical de espía rusa o de portera, pero dan idea de cuales eran las relaciones del gobernador, entre otros los autores del atentado contra el general Bosch; lo cual también da idea de las manos y la cabeza en la que estaba la provincia. No es por ello de extrañar que al auditor no se le presentasen demasiadas dificultades ni tuviese que hacer ingeniería jurídica para dictar un auto de sobreseimiento de la causa que se instruyó por rebelión militar, como veremos dentro de unos días.