jueves, 4 de diciembre de 2008

Sobre el incendio del Archivo General Central

Hace varios meses mostraba cierto escepticismo sobre una noticia: el Archivo General Central "quedó destruido en 1939 cuando un incendio fortuito, provocado por unos niños jugando, hizo estallar un arsenal de bombas que se guardaba en el mismo edificio". Si no se guardaba un arsenal de bombas en el edificio, el cúmulo de circunstancias desfavorables -y esperpénticas- que rodearon a esta catástrofe, se aproxima bastante -o incluso supera- a la versión periodística.

El prof. Romero Tallafigo acaba de publicar un libro en el que aborda este asunto -que por cierto mereció un interesante y elogioso comentario de la prof. M. Paz Martín-Pozuelo y que por motivos que se me escapan, ha sido eliminado del lugar en que se encontraba.

Con anterioridad, el mismo prof. Romero Tallafigo se había ocupado del incendio en sendos artículos, uno de los cuales servirá para conocer con cierto detalle qué ocurrió aquel fatídico 11 de agosto de 1939 entre las 7 y 10 de la noche en el añejo caserón del Archivo General Central, o mejor, una versión sobre lo que ocurrió, que como veremos, hay otra lectura de la misma fuente. Señala este autor que en el Archivo General de la Administración se encuentran las diligencias previas 17.207 y los sumarios militar y civil en su "Sección Tribunal de Orden Público" [?], 44/14811, que forman una pieza de 41 folios y le permiten documentar el siniestro. Los autos comienzan el día 12 de agosto de 1939 y se dan por concluidos en 1946.

Durante la Guerra Civil, el Archivo General Central fue ocupado de forma sucesiva por tropas republicanas y "nacionales". El edificio fue archivo, taller de reparación de vehículos de guerra y campamento militar, algo que como reconoce el mismo autor, supone una "convivencia culturalmente incompatible y disparatada". Y tanto que sí. El director del Archivo, Carlos Martín Bosch, reconoció en los autos que no tenía otra autoridad sobre el edificio que la puramente administrativa. El comandante de la legión Joaquín de la Cruz Lacacci y su plana mayor se habían aposentado en la planta baja de la casa del conserje del Archivo; la tropa en el claustro alto del patio central; los talleres de mecánica estaban en pabellones de la planta baja y sótanos, y "ocupaban casi todo el bajo del archivo", con la natural presencia de motocicletas, vehículos movidos a gasolina, repuestos, material engrasado envuelto en papel parafinado, cajas de embalajes impregnadas de grasa, lubricantes, gasolina, algunas granadas de 45 mm, etc.

El Archivo contaba con 22 extintores de incendios y los militares disponían de 200 recién llegados de Alemania y sin desembalar. Todos se usaron sin poder contener el incendio. No había agua corriente, pues para beber, se acudía a la noria de una huerta cercana.

Los niños

En el mismo sumario se documenta que los niños y niñas de Alcalá, sobre las siete de la tarde, entraban de forma habitual al reducto amurallado del Archivo para recoger rancho y restos de la cena de los presos y militares que trabajaban en la Agrupación de Carros de Combate. Los niños comían junto a la noria y alberca de la huerta, pero también jugaban "quitando de balas la pólvora". En el archivo-cuartel convivía con los legionarios un niño, huérfano de guerra, llamado Alfredo. Eran también asiduos dos hermanos, Antonio y Florentino Huertas Sanz, de 7 y 10 años, a uno de los cuales, por jugar con la pólvora de las balas, le faltaba uno o dos dedos de la mano. Su madre se ganaba la vida lavando, cosiendo y planchando la ropa de los soldados y sus hijos se encargaban de avisarla.

El mayor de los niños, Florentino, recogía en la calle cajas de cerillas para hacerse con los cartones y jugar con ellos. En una de esas cajas encontró una cerilla, la guardó, y según su propia declaración, esta fatídica cerilla fue la que dio origen al fuego, que se inició sobre las 19.15-19.30 horas en un callejón situado al noroeste que se encontraba fuera del campo de visión de los dos centinelas. Y en el callejón había de casi todo: estiércol seco, armarios clasificadores de piezas, hierbajos agostados y "papeles que durante el dominio rojo se arrojaban por las ventanas en el desorden característico de los marxistas", aunque según un funcionario del Archivo "el montón de papeles, cajones, basura que existían en el callejón no estaba hasta que vinieron los militares... todo esto muy posterior a la salida de los rojos". El estercolero alcanzaba una altura de 8 a 10 m, llegando hasta las ventanas.

Tras largos interrogatorios por parte del juez militar, Victoriano Vázquez de Prada, concluyó el sumario declarando que el incendio fue sólo un "acto provocado por el juego de los niños": Florentino había encendido con su cerilla un papel que arrojó al estercolero y no hubo manera de sofocar el fuego.

Por si las circunstancias eran poco favorables, soplaba un intenso viento que avivaba la combustión; Alcalá no disponía de un servicio contra incendios y los de Madrid tardaron hora y media en llegar; los vecinos no ayudaron tras haber corrido el rumor de que en el Archivo-cuartel se almacenaban doce botellas de oxígeno a presión para soldadura -lo cual era cierto- así como un polvorín en los sótanos de la crujía principal. La población "huyó despavorida" pues estaba aún reciente la sonada catástrofe de Peñaranda de Bracamonte en la que como consecuencia del estallido de varios polvorines se derrumbaron un millar de edificios y perdieron la vida unas cien personas.

Romero Tallafigo, Manuel. "Archivos calcinados en el siglo XX y copias de seguridad: Archivo Central General de España y el Depósito de Guerra del Archivo del Reino de Nápoles. En: Escritos dedicados a José María Fernández Catón. León : Centro de Estudios e Investigación 'San Isidoro', 2004, pp. 1231-1258.

Otra lectura de la misma fuente... y otra conclusión

En principio, visto lo anterior, todo está claro ¿no? Pues no. Según M. Luisa Conde Villaverde, que dirigió el AGA, dio a conocer el sumario al prof. Romero Tallafigo, y es de suponer que tendría ocasión de consultar los autos con sosiego: "hay que destacar que el Sumario instruido al efecto en el Juzgado de Alcalá de Henares, tras pasar por la jurisdicción militar (...) finalizó el procedimiento sin conseguir aclarar los hechos de manera definitiva, ya que lo único realmente probado fue que las dimensiones del siniestro adquirieron, en pocos minutos, proporciones incontrolables a pesar de los esfuerzos de la población civil y del cuerpo de bomberos que acudió desde Madrid".

"Las declaraciones del entonces director del Archivo, D. Carlos Martín Bosch, y del alcalde, D. José Félix Huerta y Calopa, así lo manifiestan sin lugar a dudas (AGA, 44/14811)".


Conde Villaverde, María Luisa: "La Administración Provincial desde el Archivo General de la Administración". En: III jornadas de gestión del patrimonio documental. Córdoba : Diputación, D.L. 2003, pp. 173-197

¿Quién realiza una lectura más acertada? ¿Huyó o se esforzó la población civil en atacar el incendio? ¿El sumario aclara o no aclara los hehos? Misterios sin resolver...

PD1: ¿seguro que los fondos judiciales carecen de interés?
PD2: me disculpo a todo correr y hago propósito de enmienda en lo que a extensión se refiere. En lo sucesivo, intentaré ser más breve -otra cosa es que lo consiga.

2 comentarios:

LA NIÑA DEL EXORCISTA dijo...

Por cierto, ya sé que la carga de trabajo que soportan los servicios de reprografía en los archivos es abrumadora y muy superior a la que puede tener una biblioteca pública y tal y tal y tal... peeeeeero, esto de pedir copia de un artículo por préstamo inter enviando un correo a una BP de Umbilicus mundi un domingo, y que a los cuatro días te llamen para decirte que ya llegaron las copias... ¡¡¡QUE MARAVILLA!!!

Dedicado a las bibliotecas:

Santo adalid...

LA NIÑA DEL EXORCISTA dijo...

El artículo desaparecido de la prof. Martín-Pozuelo ha sido repuesto.

PD: con los atentos saludos a la famosa (petarda) Oloritz de Colmenarejo :-)