viernes, 24 de diciembre de 2010

Los hermanos de la Lejía en la tradición oral


De estos violentos y popularísimos ¿ciudadanos? socialistas se escuchaban a los mayores multitud de anécdotas, y ya cada vez circulan menos por razones evidentes. Por otra parte, me temo que no pocos están en mi caso, que oían esos relatos con desdén, en realidad no los escuchaban, así que lamentablemente unos cuantos hechos se habrán perdido para siempre, con gran contento de los que recogen tradición oral sólo de izquierdas a la hora de hacer hagiografía sobre los perdedores de la guerra.

Antes de seguir con los mítines traigo a colación estos hechos para que se vea como estaba la calle en aquella lamentable república, paraíso de libertades y de democracia para Zapatero. No es de extrañar que el país vaya como va. Vamos con lo que vamos:

1.- ¡Un fascista!


Esto me lo relató y en más de una ocasión quien los conocía por haber crecido con ellos en el viejo Campo de la Leña, hoy plaza de España, entre juegos y revendedoras, que en Umbilicus mundi se conocían como chambonas. En una fecha que desconozco, subía mi informante por la calle del Sol. Súbían o bajaban por la calle del Orzán los de la Lejía. En el cruce con la calle del Sol, de repente se oyó: ¡UN FASCISTA!, y zaca, los de la Lejía dejaron el burro y se fueron a acometer al pobre fascista a puñetazo limpio.

2.- ¡Sácate el escapulario!

Conozco lo que contaré porque se lo relataba una amiga de una parienta mía, y yo estaba presente. Ocurrió que esta mujer salía de San Nicolás con su escapulario de Acción Católica. De nuevo pasaban los de la Lejía con el burro; de nuevo lo aparcan, y se van hacia el grupo de mujeres que salía de la iglesia. Y fue a esta chica, que yo ya conocí en su provecta edad, a la que uno de los de la Lejía le dijo:

-- ¡sácate eso!
--R: ¿Y... por qué me lo voy a sacar si es mío?
--P: ¡Que te lo saques!
--R: ¡No me da la gana!

Ante esta respuesta, uno de los lejieros le echó mano al pecho y le arrancó el escapulario, con la circunstancia desfavorable que al hacerlo y estar sujeto con un alfiler o un imperdible, le provocó una pequeña herida en la mama. La muchacha, contrariada, dolida, violentada, un día que pasaba un entierro de izquierdas por su calle, frente a la puerta de la capilla de San Andrés, al saber que iban los de la Lejía en la comitiva, levantó la ventana y la dejó caer de forma brusca con intención de que se rompiesen los cristales y les cayesen encima, o que con el susto les cayese la caja del muerto. Todo se quedó en el susto del ruido y ni se rompieron los cristales, ni la caja del muerto se fue al suelo ¿Cuál creéis que fue la reacción de esta mujer cuando supo que habían fusilado a dos? Quiero recordar que tras una serie de vueltas, concluyó diciendo que para ella había sido un alivio y que no pudo evitar sentir una cierta satisfacción al ver que habían pagado por lo que le habían hecho.

3.- Pegando tiros al cuartel de Artillería.

Un amigo, cuyo padre vivía en la calle de San Roque, siendo así vecino de los de la Lejía, recordaba que su padre le había enseñado unas casas de la calle del Hospital (acera de Papagayo-Tabares) que aún conservaban impactos de bala. En fecha que mi informante no recuerda, los hermanos de la Lejía desde lo alto de la calle del Hospital tuvieron la ocurrencia de ponerse a disparar contra el Cuartel de Artillería. Sacaron los artilleros una ametradadora y barrieron el sector, ocasionando daños en algunas casas que conservaban en sus muros el resultado de esos impactos que mi amigo vio.

4.- Gritando ante un consejo de guerra.

De los hermanos de la Lejía es tradición constante que las derechas "les tenían muchas ganas" y tuvieron la fortuna de detenerlos. Otro amigo me contó que su padre fue militarizado al comenzar la guerra. Un día, pasaba junto a la sala de vistas del Juzgado Militar Permanente de la Octava División Orgánica, sita en el Cuartel de Atocha. Le dijeron que se celebraba el Consejo de Guerra contra los famosos hermanos de la Lejía. Se quedó para presenciarlo, y en palabras de mi amigo salió horrorizado ante la incultura, el no saber estar, etc. Los lejieros se pusieron a dar gritos y vivas ante el Consejo, que el padre de mi amigo percibió como algo muy grave.

5.- Muchachada.

Me comenta una más que amiga, que vivía en el Campo de Artillería, que ella nunca pasaba por la acera en donde estaba la casa de los Hermanos de la Lejía. Pese a tener que dar un rodeo, cruzaba de acera, porque en el número 24 de la calle de San Roque siempre había una muchachada, dando gritos y cánticos, que le infundían temor. Me citaba a otra parienta que era más atrevida y sí pasaba junto al bajo del edificio, pero ella temía que la acometiesen por cualquier cosa, que apareciese la policía y la comprometiesen, etcétera, y prefería cruzar de acera. Le pregunté si había peleas y me dijo que eran muy frecuentes, que se sabían en el barrio pero nada salía en los periódicos, y que los lejieros entraban y salían de la cárcel continuamente. También, a juicio de mi informante, lo que siempre se comentó en la zona era que quien los había envenenado, fanatizado, etcétera, fue el padre, al que seguían ciegamente. A él, le echaban en parte las culpas por el fin que tuvieron.

6.- Petición de clemencia al abad de la Colegiata.

Esto lo relata C. Fernández Santander en su obra Alzamiento y guerra civil en Galicia (2000, p. 152, n. 31 ):

Parece ser que un grupo de mujeres del barrio de los hermanos García, se dirigió a hablar con el abad de la Colegiata, ya que habían oído que la mayor insistencia en este fusilamiento provenía de él, con motivo de un acto sacrílego en el que los reos habían intervenido. El abad dijo a las mujeres que lo único que podía hacer era rezar por ellos. En esto se adelantó del grupo una mujer, conocida como "La Bastiana", que le increpó duramente. A continuación, se desplazaron a la Plaza de Capitanía, con objeto de hablar con la autoridad militar, pero fueron dispersadas por la fuerza.

7.- Las flores de sus tumbas.

También conozco por tradición oral de mi entorno más próximo, que la madre les llevaba flores a las sepulturas, flores rojas. Se iba la pobre mujer, y pasaban por las tumbas las de Falange. En medio de las flores rojas, depositaban una amarilla... La afluencia de flores rojas debió convertir aquellos modestos enterramientos en un lugar al que acudía demasiada gente, y al parecer se destinó a un guardia municipal, o un policía o vigilante del cementerio, que no permitía pararse ante las tumbas. Otra versión también próxima dice que no había nadie junto a las tumbas pero la gente ya no se paraba porque te podían fichar. Muestra mayor convicción la primera de las versiones, pero a saber.

8.- Trabajadores y cumplidores.


Por dejar algo de buen sabor de boca, diré que otra persona cuya familia era clienta de estos hermanos, comentaba que en su casa eran muy apreciados porque eran trabajadores y cumplían. Se les encargaba la lejía para tal día a tal hora, y ese día y a esa hora estaban ellos con la lejía en la casa. Me decía también esta amiga que vestían con una bata azul mahón, que tenía un sinfín de manchas blancas resultado de salpicarse.

¿Que el fusilamiento pudo ser excesivo? Por supuesto, pero es que ¡estaban en guerra! y esto era propio de una sociedad que mantenía la pena de muerte tanto en el Código Penal como en el Código de Justicia Militar. Digo que el fusilamiento pudo ser excesivo, de ahí a considerarlos dignos de un reconocimiento público, creo que media, sino un abismo, sí un cierto trecho ¿O no?





No hay comentarios: