viernes, 31 de julio de 2009

Guardia Civil y archivos (actualizado con la carta)


Hoy Ayer los salvajes de ETA nos han vuelto a fastidiar el día, así que quiero empezar con mi solidaridad hacia la Guardia Civil, organismo del que han sido baja tantos chicos como los asesinados hoy, que hicieron de parapeto protegiéndonos de estos dictadores que quieren imponer su criterio a sangre, bombas y fuego, vamos, por sus ísimos.

Hace años, cuando los miembros de este cuerpo cumplían una cierta edad eran destinados a archivos y bibliotecas, y solían atender al público. Recuerdo a uno en una biblioteca, al que vi llegar, fue aprendiendo a hacer su trabajo y te traía los libros sin ninguna dificultad. Era serio, calvito, de estatura media tirando a baja, ya mayor y vistiendo de paisano. Recuerdo que en cierta ocasión tuvo un conflicto con un estudiante y lo puso en su sitio con una autoridad verbal que no imagino en ningún otro empleado civil, ni de aquellos años, ni de hoy. Supongo que la solución de ese conflicto se asemejaba bastante a la tarea que había desarrollado durante toda su vida laboral contra ladrones o incluso asesinos como los de hoy. No sé que alguno de estos guardias civiles hubiese sido asesinado, pero algún temor debían tener porque también sé que una limpiadora de un archivo recriminaba a otro guardia civil el hecho de que tuviese un arma corta en el cajón de su mesa. Con asesinatos como los de hoy, entiendo la presencia del arma en aquella mesa.

También recuerdo una carta, que casi me sé de memoria, anónima, que escribió un miembro de las brigadas represivas que actuaron en zona "nacional" a un historiador. Su autor contaba con unos 70 años y, como digo, había participado en aquellas brigadas que funcionaron en la ciudad desde agosto de 1936 "y pronto se vio nuestro trabajo". Había un hecho que le hizo estar en vela durante muchas noches, y pese a los cuarenta años transcurridos, seguía teniendo presente, con la misma viveza, la imagen de un chico con su rostro ensangrentado, destrozado a culatazos y pidiendo a gritos ¡matadme por favor! Recordaba que otros muchos compañeros que con él habían participado en aquellas brigadas que actuaron en la ciudad, tenían ese mismo sentimiento de culpa, y que uno había tenido que ingresar en un psiquiátrico. Había leído para intentar rebajar su culpa todo lo que había sobre Paracuellos, las matanzas de Albacete, las checas de Madrid y Barcelona, etcétera, pero la imagen de aquel chico lo seguía atormentando y dejando en vela muchas noches. Concluía su carta pidiendo ¡perdón! y preguntándose qué pensarían de ellos los hijos o esposas de los asesinados.

No sé en donde leí que estos asesinos de nuestro tiempo se meten algo por la nariz antes de cometer un asesinato, luego algún conflicto interior les debe surgir cuando asesinan. Es lo mismo. Si ese integrante de las brigadas represivas que funcionaron en retaguardia había visto su vida atormentada por aquellos crímenes, yo estoy convencido de que más tarde o más temprano, estos que asesinaron hoy a dos guardias civiles padecerán los mismos problemas, y no te oculto que me alegro, por malvados, y hoy empleo el término malvados no de broma, sino en su acepción de malo, perverso o inicuo .

OS COPIO LA CARTA

No es un consuelo, es puro convencimiento de que los etarras, tal vez no todos, pero sí la mayoría, van a pasar por este mismo proceso de tortura interior a lo largo de su vida.

La Coruña, 3 de julio de 1979
Sr. D. Carlos Fernández
"El Ideal Gallego"
LA CORUÑA

Muy Sr. mío:

Acabo de leer en "El Ideal Gallego" un reportaje publicado por usted sobre la represión del alzamiento de 1936 en Galicia y no puedo cuando menos de sonrojarme, aunque sea interiormente, al recordar aquellos hechos dramáticos en los que yo voluntariamente tomé parte.

Sé que es demasiado tarde para hacer, aunque sea de forma anónima, este descargo de conciencia, pero espero de la infinita misericordia de Dios para que me sea admitido. Yo fui uno de aquellos jóvenes, de posición media y de educación religiosa tradicional, que se afilió en los primeros días del alzamiento a Falange Española como salvaguarda de posibles sospechas y aleccionado por aquella frase evangélica de que "el que no está de acuerdo conmigo, está contra mí". Recuerdo las palabras de mi padre cuando me decía que "si no extermináis a los rojos, ellos lo harán con vosotros". Participé en las brigadas de represión que comenzaron a actuar en esta ciudad en agosto de 1936 y pronto se vio nuestro trabajo. Hay una escena que nunca podré olvidar: la muerte a culatazos de un joven, no más de 20 años, al que sacamos de la cárcel con la disculpa de un traslado. Su rostro ensangrentado, sus gritos de ¡matadme por favor! los estoy viendo y oyendo todavía, a pesar de haber transcurrido más de cuarenta años del hecho. Yo hubiese querido morir también aquella noche de oprobio y de vergüenza.

A veces para consolarme, he leído todos los libros que sobre crímenes parecidos cometieron los del bando contrario. Sé de memoria la matanza de Paracuellos, la carnicería de Albacete, las torturas de las checas madrileñas y catalanas, los fusilamientos de religiosos. Pero de nada me ha servido. Cuantos más años he ido teniendo, más han sido las noches en vela que he pasado. He pensado también, como usted bien dice, que estos hechos tienen menos justificación, nunca la deberían tener, cuando el que los comete se proclama católico.

He comprobado también que mi sentimiento de culpabilidad no es único y que muchos de los compañeros que participaron en aquellos hechos piensan lo mismo que yo. Incluso sé de uno que acabó en un centro psiquiátrico.

Hay otra escena que no se me borra: la de un viejo socialista, casi tendría 70 años, tan flaco que yo le creí tísico, al que un compañero le pegó un rodillazo que casi le queda incrustado en el pecho. Quedó tendido el viejo, medio muerto, vomitando sangre a borbotones. Yo sentencié: "Un Pablo Iglesias menos".

¡Dios mío, Dios mío! ¡Perdón! que dirán de mí, de nosotros, los hijos, la mujer, los nietos de ese pobre viejo. Hacen falta muchas personas como usted que recuerden todos estos hechos, sin sensacionalismos, con el ánimo de que recordándolos todos no vuelvan a suceder jamás y de que las dos Españas de Machado, eternamente irreconciliables, se fundan en una sola, sin odios, sin venganzas, sin sangre: sólo amor y comprensión.

Permítame este desahogo, ya en la proximidad de los setenta años de una vida siempre fácil, pero de una conciencia sin descargar. Para que ello sea posible, sólo pido a Dios ¡perdón, perdón, perdón!".

Fernández, Carlos. Alzamiento y Guerra Civil en Galicia (1936-1939). Sada : O Castro, 2000, pp. 567-568.


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