lunes, 22 de abril de 2013

De aquellos escraches y sus activistas

El café Galicia se encontraba en esa esquina del Cantón Grande con Santa Catalina y tenía fama de ser un café burgués, de tertulias literarias y también de postureo, al que se iba para ver, ser visto y aparentar, aunque el posturero estuviese más tieso que la mojama.

En torno a la medianoche del sábado 4 al domingo 5 de julio de 1936 se encontraba en el interior del local el juez municipal del distrito de la Audiencia, Luis López Giavina, jugando una partida de ajedrez con el funcionario del Gobierno Civil, Eugenio Rubín González. Quiero recordar que Giavina se casó con una hija de Gerardo Abad Conde, republicanote del Partido Republicano Radical, masón, ministro de Marina durante el segundo bienio, que fue asesinado al comenzar la guerra en la madrileña Cárcel de Porlier en uno de tantos episodios de aquel terror rojo.

Fuera, se encontraba en la terraza con otro grupo de amigos Luis Vidal Rodríguez, juez municipal del distrito del Instituto, vinculado a las juventudes de Izquierda Republicana según Lamela, calificado de extremista por las nuevas autoridades y que pese a ser detenido salió en libertad al mediodía del 9 de septiembre de 1936 (p. 26, 45, 102). Pese a constarme que era pariente del primer delegado militar en los servicios municipales, capitán de Intendencia, José Fuciños Gayoso, no debió inspirar confianza a las nuevas autoridades y fue separado del servicio en su cargo de juez municipal.

Lo cierto es que en torno a esa medianoche del 4 al 5 de julio se presentaron en el café Galicia, beodos, Manuel Edreira Amor, de 29 años, jornalero; y Rogelio Díaz Seijas, de 24 años, herrador, ambos con algunos antecedentes penales, y copiosos de los policiales. Según la Policía estaban mal conceptuados, siendo modesta y precaria su situación social y política, no conociéndoseles virtud alguna y sí multitud de vicios, siendo conocidos habituales de la delincuencia contra la propiedad y acompañándose frecuentemente con personas amorales y de malas costumbres.

Efectivamente, en Comisaría contaban como digo con copiosos antecedentes. Rogelio Díaz Seijas fue detenido por hurto en 1926, año en que también se denunció su fuga del domicilio. En 1927 fue denunciado por sustracción, fue puesto a disposición del alcalde, multado dos veces por desobediencia  y también se le denunció por tentativa de hurto. En 1928 sufrió dos días de arresto, resultó denunciado por faltas de respeto a los guardias y por lesiones; en 1931 se le denunció por desórdenes públicos, fue acusado de hurto; en 1935 fue denunciado por escándalo y embriaguez, y también en el mismo año por malos tratos de palabra y obra, parece que a una prostituta; en lo que iba de 1936 se le había denunciado por estafa.

Por su parte Manuel Edreira Amor no le iba a la zaga. En 1926 fue denunciado por insultos a la autoridad; en 1929 por daños; en 1932 se le detuvo por daños, más tarde por amenazas, y también fue denunciado este año por actos deshonestos y escándalo; en 1933 tuvo una denuncia por daños; en 1934 por escándalo e insultos; en 1935 por sustracción; en 1936 por malos tratos y escándalo, por estafa, por escándalo y desafiar a los guardias, y por malos tratos de obra.

El caso es que esa noche se presentaron Manuel Edreira y Rogelio Díaz en el café Galicia, sosteniendo una discusión en la barra. De esta se separó Manuel que se dirigió a la mesa en donde estaban Luis López Giavina con Eugenio Rubín y en tono de mofa se dirigió al juez para indicarle que en el juicio que tenía pendiente ante él, lo iba a defender José Calviño Domínguez, entonces diputado de Izquierda Republicana, y Ramón Suárez Picallo, también diputado del Partido Galleguista. Dijo que el juez Giavina era un mamarracho --cosa que oyeron entre otros Plácido Castro (Plácido Ramón Castro del Río), presidente del Comité municipal del Partido Galeguista--, que era un inmoral y vendía sus sentencias, llegando al extremo de desafiarlo para que saliese a la calle, como de hecho hizo Edreira sacándose la chaqueta. Luis López Giavina salió, pero para buscar unos guardias que lo detuviesen, momento que fue aprovechado por los dos sujetos para huir hacia los jardines de Méndez Núñez. Volvió Giavina sin la pareja de agentes que buscaba, y visto esto sin duda por Edreira y su compañero, volvieron a aparecer por el Galicia repitiendo insultos y bravuconadas, pero en esta ocasión los clientes del bar se abalanzaron sobre Edreira y lo redujeron a la obediencia entregándolo posteriormente a una pareja de Seguridad.

No acabó ahí el incidente. A los pocos minutos se presentó de nuevo en el Galicia Rogelio Díaz Seijas, que pidió de malos modos en la barra que le cambiasen una moneda y le diese fuego. Salió a la terraza y ante el grupo que detuvo a su compañero, se permitió --según el abogado y miembro del Partido Galleguista, Luis Seoane López-- decir que era el presidente del Partido Comunista, que lo que le habían hecho a su compañero se lo iban a pagar, y que además lo iban a soltar inmediatamente dadas las influencias que podría ejercer su partido. El juez Luis Vidal se levantó para detenerlo y el primate le dio un puñetazo que le hizo caer las gafas, le provocó una hemorragia nasal y algún arañazo.De nuevo los parroquianos del Galicia se echaron sobre el bravucón, lo detuvieron y entregaron a una pareja de Seguridad.

Rogelio Díaz no era presidente del Partido Comunista, pero podía estar próximo a él o ser uno de los peones que utilizaba el Frente Popular para provocar desmanes y contentar de forma momentánea a los grupos revolucionarios. De hecho, el abogado Antonio Rodríguez Rodríguez, presente en el local con su señora, declaró que en el Galicia se comentaba que tanto Manuel Edreira como Rogelio Díaz eran dos activistas, maleantes informativos, o como se les quiera denominar, que entraban en los talleres de modistas por entonces en huelga, coaccionándolas para impedir que trabajasen. De hecho también, a Manuel Edreira se le abrió un expediente para aplicarle la Ley vagos y maleantes (del año 1933, eh) y en el mismo apareció acusado de participar en el asalto al Club Náutico, al local de la Patronal y al de las Juventudes Católicas, aunque no se pudo probar debidamente su participación, lo que no significa necesariamente que no hubiese tomado parte en estos desmanes.

En virtud del atentado cometido contra los jueces municipales, Manuel Edreira y Rogelio Díaz fueron detenidos y recluidos en la Prisión Provincial. El 7 de septiembre de 1936 solicitaron que se les concediese la libertad provisional mientras no se celebraba el juicio, cosa a la que accedió el tribunal, con la salvedad de que Manuel Edreira quedó retenido en el mismo establecimiento penitenciario a disposición del gobernador civil y delegado de Orden Público. Sospecho que al igual que sucedió en otros centros penitenciarios, al comenzar la guerra se ofreció a los delincuentes comunes la posibilidad de salir si se alistaban voluntarios. Así lo hizo Rogelio Díaz, que tras obtener la libertad provisional mientras no se celebraba la vista oral, se encuadró en la Legión, en el Tercio de Extranjeros. Llama la atención que Manuel Edreira quedase retenido por el delegado de Orden Público y no saliese en libertad, lo que podría estar relacionado con su peligrosidad para el mantenimiento del orden público, con su vinculación a la izquierda revolucionaria.

En definitiva, visto lo visto, planteo la posibilidad de que estos dos individuos formasen parte de las bases del Frente Popular, a los que se usaba, bien para ejercer coacciones en talleres de modistas, bien para provocar desmanes como los asaltos que afectaron a los locales de la Unión Regional de Derechas, Patronal, Juventudes Católicas, Renovación Española, o Club Náutico; planteo la posibilidad, en definitiva, de que una parte de los delincuentes habituales contra la propiedad, rateros, timadores, etcétera, constituyesen también una parte normal de las bases del Frente Popular, que este utilizaba para acogotar a las derechas y expulsarlas de la vida pública mientras los delincuentes se retroalimentaban con la impunidad --no en este caso tan evidente-- que le podía proporcionar la coalición, o la que les aseguraban y los envalentonaba. Cuando se quemó la iglesia de los Capuchinos en 1931, quien fue testigo de aquel incendio se reía al recordar la clase de gente que lo había protagonizado, en donde las ideas políticas eran sólo una disculpa para hacer el bestia y lo que les diese la gana, recordando entre risas que en la quema de los Capuchinos los incendiarios soltaban ristras de chorizos por la ventanas antes de poner fuego al inmueble. Para mí que buena parte de esta tropa fue acogida en Falange y milicias a quienes también realizaban determinados trabajos sucios, o podían ser utilizados por su acometividad y espíritu violento en el frente de batalla. La ideología era lo de menos y lo de más la necesidad perentoria que sentían de dar rienda suelta a los instintos primarios.

Mis notas.





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