Dicen que una imagen vale más que mil palabras. La que veis no fue publicada cuando se incendió este templo porque no pasaría el visado de la censura republicana. La publicó La Voz de Galicia el 4 de agosto de 1936. No tengo que advertir que cuando se produjo esta quema tanto El Ideal Gallego como La Voz de Galicia no pudieron decir ni mu.
La parroquia de San Julián de Almeiras data de la Edad Media. Del templo primitivo se conoce un dibujo y poco más que su ubicación, por aquí, al fondo de la calle. El inmueble actual data del XIX cuando arruinada la fábrica románica se transformó para templo parroquial la ermita de San Juan, aquí.
La persecución de que fue objeto el párroco de esta iglesia, Juan Santos Ageitos, merecería algún reconocimiento público que ni le tributó el franquismo y dudo que se le otorgue ahora ¿Que bendecía el 18 de julio? Ya me diréis si no es comprensible que lo viese como una liberación de la persecución que sufría.
Según este curilla la iglesia de San Julián de Almeiras fue objeto de tres atentados de robo y profanación antes de haberla quemado. Primero apareció la puerta barrenada, pero no consiguieron entrar en el templo. La segunda vez hicieron un gran bocarón por la pared de la sacristía, robaron unos pocos céntimos en las boetas y realizaron algún destrozo, dejando como señal algunas colillas de mataquintos junto con una novela que según el párroco era de carácter marcadamente comunista. Tal vez aluda a un robo que puedo documentar como producido en julio de 1933.
El tercer atentado sufrido por el templo consistió en la entrada de personas que, escalando por la sacristía se desplazaron por la techumbre hasta alcanzar la salida que comunicaba el coro con el campanario. Ya en la iglesia forzaron el sagrario y robaron las Formas; al misal tirado en el suelo le faltaban las hojas en las que aparecían las palabras de consagración; rasgaron el ara y cubrieron las reliquias con el velo pero dándole forma de triángulo, el baptisterio abierto y tirados los óleos. Como no se llevaron nada el párroco considera que fue una profanación resultado de un plan judeo-masónica. En mi opinión, tanto este episodio como los que siguen y otros que se dan por esas mismas fechas en otras iglesias cercanas, tendían a expulsar a los curas de sus casas para montar allí la casa del pueblo y utilizar la iglesia como sala de baile o lugar de reunión. Era una gota más en el mar del proceso revolucionario: deteriorar la convivencia, provocar a las derechas y a los católicos para que se levantasen, aplastarlos como en la sanjurjada, ocupar el poder, etc. Todo con el inestimable apoyo de las autoridades burguesas del Frente Popular que así mostraban sus simpatías hacia los revolucionarios, y así estos podía verlos como amigos y votarlos.
Poco más tarde el bueno de D. Juan Santos Ageitos recibió al atardecer del 14 de abril de 1936 la visita de unos pistoleros que le exigían armas, porque según le dijeron: "tenemos un plan, y hemos de imponerlo por la acción". Parecían comunistas según el párroco o tal vez, (dada la posible presencia de los hermanos de la Lejía), un conjunto de aquellas buenas gentes de izquierdas, socialistas, comunistas, etc. Ante la exigencia de que el cura entregase las armas respondió: "mis armas sólo son espirituales; no obstante procedan al registro de la casa, y comprobarán la verdad". Esta no era otra que el cura no poseía armas.
Santos Ageitos, viendo el clima de persecución que sufría, de forma previsora entregó ocho días antes de la quema, ornamentos y objetos de culto a una casa que se encuentra a la entrada de la quinta de recreo de los Wais. Aunque en la documentación consultada no aparece, la tradición oral habla de una Elviriña (¿Suárez?), una mujer humilde que según quienes la conocieron decía haberlo pasado mal; ella había recogido en su casa la ropa de la iglesia creyendo que hacía un bien y se metió en un lío con el que se detuvo a su marido, que tuvo que declarar en el Juzgado, sufriendo disgustos y trastornos por este motivo.
Poco más tarde el bueno de D. Juan Santos Ageitos recibió al atardecer del 14 de abril de 1936 la visita de unos pistoleros que le exigían armas, porque según le dijeron: "tenemos un plan, y hemos de imponerlo por la acción". Parecían comunistas según el párroco o tal vez, (dada la posible presencia de los hermanos de la Lejía), un conjunto de aquellas buenas gentes de izquierdas, socialistas, comunistas, etc. Ante la exigencia de que el cura entregase las armas respondió: "mis armas sólo son espirituales; no obstante procedan al registro de la casa, y comprobarán la verdad". Esta no era otra que el cura no poseía armas.
Santos Ageitos, viendo el clima de persecución que sufría, de forma previsora entregó ocho días antes de la quema, ornamentos y objetos de culto a una casa que se encuentra a la entrada de la quinta de recreo de los Wais. Aunque en la documentación consultada no aparece, la tradición oral habla de una Elviriña (¿Suárez?), una mujer humilde que según quienes la conocieron decía haberlo pasado mal; ella había recogido en su casa la ropa de la iglesia creyendo que hacía un bien y se metió en un lío con el que se detuvo a su marido, que tuvo que declarar en el Juzgado, sufriendo disgustos y trastornos por este motivo.
El 26 de abril de 1936 apareció quemada la iglesia de Almeiras que como se ve sólo quedó con sus cuatro paredes. No satisfechos con el incendio, también grupos de jovenzuelos
impedían al párroco que retirase en compañía de unos niños de catequesis, los
restos que se podían salvar de la sacristía. Una solicitud de un vecino --que no una denuncia-- en la que describe con detalle lo ocurrido y solicita que quienes quemaron la iglesia, la reconstruyesen, aquí. De la colaboración que prestaban las autoridades del Frente Popular a los revolucionarios puede dar idea el hecho de que el cura indique que el gobernador civil --Francisco Pérez Carballo-- ordenó detenerlo, de lo que se libró por motivo que el denomina providencial.
Sobre esta persecución por parte del Frente Popular, el gobernador civil, el repetido Pérez Carballo, puso a disposición del alcalde de Culleredo a la Guardia de Asalto. José María Louzán Martínez --de Izquierda Republicana como el gobernador-- se hizo con una orden de registro genérica expedida por el juez municipal de Culleredo, que le permitía entrar en varias casas de la parroquia de Almeiras pudiendo hacer uso de la misma en otras parroquias si la fuerza lo creía oportuno. Ocurrió el 3 de mayo de 1936. Presente el alcalde, señaló a los guardias de Asalto las casas a registrar. Comenzaron por la que es hoy casa y finca de la familia Wais, y que en 1936 era propiedad de Carmen Gil Tejerizo, desde agosto de 1934, viuda del general Reinaldo Carrero Ventura. La propietaria se encontraba en Madrid pues sólo pasaba en esta finca la temporada de verano pero contaba con un hortelano que vivía en el lugar y se encargaba de cuidar el inmueble. Este los guió por las distintas dependencias, en algunas entraron porque tenía la llave, y en otras forzaron puertas y cerraduras. Buscaron hasta que acabaron encontrando unas cuantas espadas para panoplia, armas antiguas que se exponían mientras se encontraban los visitantes en la finca, y ¡por fin! un revólver moderno en el garaje, en el banco de trabajo que usaba el chófer. Esto sirvió para procesarlo y condenarlo a un mes y un día de arresto mayor, aunque no lo cumplió en prisión porque estuvo más tiempo arrestado en su casa, permitiéndosele salir de ella sólo para ejercer su trabajo.
Acto seguido el alcalde dio orden de registrar la casa de José Rodríguez Núñez, cuya esposa me dicen que era esa Elviriña a la que me referí antes. Allí encontraron sesenta y seis piezas de ropa de iglesia y otros objetos. Como no podía ser menos cuando lo que se busca es fastidiar (va con eufemismo por ser fino y educado) se incautaron de la ropa y detuvieron al propietario de la vivienda que pusieron a disposición del alcalde de Culleredo, quien a su vez lo puso en libertad. El alcalde justificó el registro de esta última casa al creer que el cura había incluido en la relación de ropas quemadas en el incendio de la iglesia, las que se encontraban a buen recaudo en casa de José Rodríguez Núñez. No se dedujo testimonio de esta sospecha del alcalde lo cual puede resultar elocuente sobre su falta de veracidad. Los guardias de Asalto no tenían ninguna sospecha en este sentido. Tan sólo se limitaron a ponerse a disposición del alcalde de Culleredo y cumplir sus órdenes.
El párroco siguió sufriendo episodios de persecución. Cuando declaró ante el juez para hacerse cargo de los objetos incautados, le suplicó que escribiese al gobernador civil para comunicarle que temía sufrir un asalto en su casa; que el mismo día que se produjeron los registros --domingo 3 de mayo de 1936-- la turba estuvo junto a su casa en actitud levantisca y hasta parece que se le detuvo y llevó ante el zapatero del Burgo; otras fuentes, la solicitud, indican que se le
presentaban de noche ante su casa y decían con cinismo que era para
evitar que la quemasen los fascistas...
Juan Santos Ageitos era profesor en el Colegio Dequidt --con fama de ser ejemplo de educación liberal-- me dicen que vivía en una casa de Alvedro que hizo él mismo, que recogía hierros viejos y hasta paraguas para armar el hormigón. Hablando con una persona que conoció a otro cura que fue expulsado de su casa me decía algo así como que me imaginase lo que eso suponía, que era SU casa, imagínate cómo te sentirías si te echan o intentan echarte de tu casa, ponte en su pellejo.
Juan Santos Ageitos era profesor en el Colegio Dequidt --con fama de ser ejemplo de educación liberal-- me dicen que vivía en una casa de Alvedro que hizo él mismo, que recogía hierros viejos y hasta paraguas para armar el hormigón. Hablando con una persona que conoció a otro cura que fue expulsado de su casa me decía algo así como que me imaginase lo que eso suponía, que era SU casa, imagínate cómo te sentirías si te echan o intentan echarte de tu casa, ponte en su pellejo.
Os dejo unas notas que documentan los registros; pero os encarezco la lectura de otras por lo que se refiere al incendio de la iglesia, registro en la vivienda del párroco e intento de detención, que me parecen del mayor interés. No sólo documentan los delitos cometidos sino que el párroco ofrece sus impresiones sobre la marcha de aquella república; y recibe alborozado el alzamiento como una liberación de aquellos atentados, asesinatos, crímenes, burlas, escarnios, persecuciones al catolicismo, al Ejército, etc. Consideraba al Frente Popular, trágico, sectario y perseguidor; al Movimiento, feliz, creyente y protector. Tenía motivos y razones hasta de tipo personal. Es cuestión de ponerse en su pellejo.
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