Efectivamente. Ante el extranjero, aunque fuese la Italia fascista de Mussolini, se guardaban las formitas y el gobernador civil tenía destacados a dos guardias de asalto en el consulado de Italia, instalado entonces en la calle Real. Si los animalitos de la época querían hacer el bestia, que lo hiciesen con las iglesias que todo quedaba en casa y no suponía un menoscabo en el extranjero para la consideración supuestamente democrática de aquella república con el Frente Popular en el poder. Ocurrió lo mismo al principio de la guerra en Barcelona en donde las industrias extranjeras fueron respetadas.
El 7 de mayo de 1936 un limpiabotas anarquista, afiliado al Sindicato de limpiadores de calzado, "El Resplandor", entró a pedir limosna en el café Marineda --en donde hoy se encuentra el café Vecchio. Estaba embriagado. Como no se la dieron sacó un cuchillo con el que se puso a amenazar a la parroquia. Se volvieron contra él camareros y clientes que lo persiguieron calle Real arriba hasta el cruce con el callejón del Perete (de nombre oficial, General Mola) en donde se encontraron con un guardia municipal al que solicitaron que lo detuviese. El guardia lo cacheó y le encontró un cuchillo en la cintura; el anarquista se tiró al suelo y comenzó a dar patadas, echando la boca con intención de morder a los que en ese momento eran ya dos guardias municipales. Llegaron también allí, avisados por un oficial, dos guardias de Asalto que prestaban servicio en el consulado de Italia y entre los cuatro lo redujeron y trasladaron a Comisaría. Se le achacó un delito de resistencia a los agentes de la autoridad por el que fue condenado a un mes y un día de arresto mayor y multa de 250 pesetas, que al no ser pagadas, se le sustituyeron por 25 días más de internamiento en prisión. Me llama la atención que no pague la multa y a la vez cuente con la defensa de Luis Seoane, del Partido Galleguista. Y ello pese a que se le designó abogado y procurador de oficio. Tengo la impresión de que los burgueses del Frente Popular se congraciaban con los obreros no ya sólo apoyándolos por acción u omisión en sus desmanes e ilegalidades; también los defendían --es de suponer que sin cobrar un duro-- cuando tenían algún problema con la Justicia. Recuerdo la persistencia con la que defendía a los anarquistas Antonio Rodríguez Zapata, masón y de Unión Republicana; o la participación como defensor en casos llamativos, en los que su actuación le podría acarrear simpatías por parte de los obreros izquierdistas, de Ramón Suárez Picallo, también del Partido Galleguista, al que ya vimos defendiendo a socialistas. El propio Luis Seoane defendió a varios socialistas involucrados en un intento de quema perpetrado en la iglesia de los Redentoristas.
Mis notas.
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