martes, 3 de marzo de 2009

Murguía contraataca


Como no podía ser menos, Murguía responde el 21 de septiembre de 1869 con el famoso "largo, curioso y apasionado informe" que copio más abajo, y que recibe el refrendo del director general de Instrucción Pública resolviendo este último que se concediese nueva autorización a Gayangos para examinar los documentos que le interesasen; y también para que se le facilitasen copias, mediante retribución particular a los empleados y en horas extraordinarias según prescripciones vigentes. Recomiendo su lectura pues, además de dar idea del modo en que trabajaban los investigadores en un archivo, da idea del morro que le echaba Gayangos, de lo bien que movía sus influencias para conseguir beneficios personales, y en definitiva, de la visión patrimonial que tenía de los documentos de archivo, como si estuviesen a su servicio, o al servicio de los residentes en la villa y Corte, como si la periferia no existiese.

El informe de Murguía, para algunos que lo desconozcan, sé que puede levantar más de un sarpullido -no en mi caso- cuando el patriarca de las letras gallegas se refiere a la "gloriosa España". Murguía era profundamente gallego, regionalista porque conocía los males de la centralización -que aún padecemos-, pero esto no suponía obstáculo alguno para que se sintiese tan gallego como español y tan español como gallego según veremos:

Cuando tomé posesión del cargo de gefe [sic] del Archivo de Simancas con el que el Gobierno Provisional tuvo a bien honrarme, llamó desde luego mi atención el hecho único y sin precedentes en dicho Archivo de hallarse ocupados tres empleados, de los siete que hay útiles, en copiar la correspondencia de nuestro antiguo embajador en Londres, marqués de Gondomar. Mi sorpresa subió de punto cuando se me enteró de que, en virtud de una disposición del Director de Instrucción Pública señor Coronado, se estaba copiando de oficio dicha correspondencia, todo en honra y provecho del señor Gayangos. Como puede comprender V.I. el nuevo gefe [sic] del Archivo no podía tolerar, al menos sin una nueva orden de esa Dirección que le relevase de toda responsabilidad, continuasen dichas copias, puesto que el hecho en sí constituía un privilegio que por ser digno del que yo crea al señor Gayangos, estaba en la imprescindible obligación de no considerarlo ni justo ni equitativo.

Cualesquiera que fuesen mis opiniones en el asunto, cuya trascendencia no se escapará a la alta penetración de V.S.I., no quise a pesar de todo, adoptar motu propio ninguna medida que perjudicase los intereses particulares de nadie, y si bien es cierto que, preventivamente, dicté las órdenes a que alude el señor Gayangos, no lo es menos también que en informe elevado a esa Dirección en 17 de marzo del presente año, hice notar la necesidad de que por ese centro se acordase en ello, como en otras cosas, lo que se creyera más oportuno.

Cualquiera creería al ver la exposición presentada por el señor D. Pascual de Gayangos que las disposiciones tomadas por el actual archivero, eran de la naturaleza de aquellas que parecen hijas de la impetuosidad reformista de los nuevos funcionarios, y que desconociendo las disposiciones que rigen en materia de archivos, había tomado desde luego una determinación contraria al uso y a la Justicia. Nada menos cierto en verdad; así como también que nadie con menor derecho que el exponente para quejarse de la medida tomada por el nuevo archivero, respecto al malhadado asunto de la correspondencia del marqués de Gondomar. Mi atención con el señor Gayangos llegó hasta el punto de mandar se le remitiese un cajón con las copias hechas, la del señor Gayangos llegó también hasta el punto de que, recibiendo de los empleados las copias perfectamente hechas y conformadas, ordenadas y en disposición de darse a la estampa como si fueran resultado del trabajo y perseverancia del exponente, no ha tenido éste a bien escribirles una sola carta dándoles gracias por la molestia que les había causado y el favor notable que de ellos recibía. Pero hay más, el señor Gayangos favorecido por la extraña autorización concedida por el señor Coronado, llegó a Simancas y para no molestarse en revisar la ambicionada correspondencia se limitó a ordenar gentilísimamente,
que se le copiase toda. Tres ayudantes del archivo se pusieron al trabajo; desde febrero de 1868 a septiembre del mismo año reconocieron 9 legajos y se remitió copia de 365 documentos. Casi otro año necesitaban dichos empleados para registrar los 7 legajos restantes y copiar lo que falta de la citada correspondencia. Ahora bien, como no creo que el señor Gayangos tenga la extraña pretensión de ser el único escritor español con derecho a servirse con las copias de los documentos de archivo que necesite para sus trabajos, a la consideración de V.I. dejo el pensar qué número de empleados serían necesarios para cubrir este nuevo y curiosísimo servicio, en día en que cuantos se dedican en España al estudio de la Historia supiesen que podían, con justicia, reclamar del Gobierno Español, lo que al señor Gayangos parece cosa tan fácil y hacedera.

Mas la pretensión del exponente no me extraña; un tomo en cuarto podía formarse con la lista de los documentos copiados para él en este archivo desde el año 1844 en que recibió la primera autorización hasta el presente, y tanto menos me extraña cuanto de las notas conservadas en Secretaría aparece que desde que se dispuso que los derechos devengados por copias se pagasen en papel de reintegro, sólo consta que el señor Gayangos haya satisfecho la enorme cantidad de 20 rs. Pero dejando a un lado otras muchas consideraciones, como entre ellas la de que autorizado para copiar documentos árabes, sólo consta que haya trasladado dos por la sencilla razón de que tenía que hacer el mismo las copias, no habiendo como no había empleado en la oficina que supiese árabe; voy a disipar el mayor de los errores cometido por el señor Gayangos con una intención que no me permito calificar. Dase a entender en su exposición que el actual gefe [sic] del archivo va hacer, gracias a sus nuevas disposiciones, imposible todo trabajo histórico en este depósito nacional. Yo no sé como a su clara inteligencia puede ocurrírsele semejante idea ¿Es imposibilitar todo trabajo histórico, disponer que los interesados vengan a ver por sus ojos los documentos, a leerlos, a escoger lo que mejor cuadre a sus intenciones, y mandar que los escribientes, o él mismo si no quiere pagarlos, copie lo que crea necesario? ¿Cuándo terminaría la copia de las cartas de Gondomar si los siete empleados del archivo estuviesen ocupados en servir cuanto menos a otros tantos escritores españoles que creyesen conveniente acudir al método victorioso que parece del agrado del señor Gayangos? Estos, Iltmo. señor, nos dan un laudable ejemplo que imitar. Sus pretensiones se limitan siempre a que se les permita ver y copiar, no a que se les copie de oficio, como con una piadosa intención da a entender el señor Gayangos, que se hizo con Mister Bergenroth. El exponente sabe cómo y de qué manera este curioso alemán llevó a cabo el trabajo que con tanta honra para el señor Gayangos se dispone éste a continuar. Mister Bergenroth vino a Simancas en 1860 y con cortas interrupciones vivió aquí durante 8 años: él reconocía los legajos y señalaba lo que debía copiarse; las copias las encargaba después a los oficiales del archivo que tenía por conveniente. Estos, en las dos horas que por la tarde le conceden para el objeto las disposiciones adoptadas antes de ahora por esa Dirección copiaban lo que se les indicaba, y Mister Bergenroth se entendía después con ellos como mejor convenía a sus intereses. Jamás tuvo la extraña pretensión de que en las horas de oficina se le hiciesen las copias que deseaba, ni creyó justo que se le dispensase de pagar en papel de reintegro los derechos que devengaban, percibiendo así el Estado una cantidad no despreciable de que el señor Gayangos quiere ahora privarle, alentado por la dolorosa complacencia del señor Coronado.

Como ve V.I., el nuevo archivero no dictó disposiciones nuevas; se limitó a hacer que cesara un privilegio irritante, que era, a la vez que privilegio, una ofensa a los demás escritores españoles a quienes se daba a entender de esa manera que no eran dignos de las atenciones que se prodigaban al señor Gayangos. Por lo demás, las cosas siguen como estaban antes; españoles y extranjeros, con autorización para ello, pueden venir a explotar el rico venero que en este archivo se encierra, en la seguridad de que han de ser tratados por lo empleados, con aquella atención que les impone su deber, y con aquella finura y cortesía a que les tiene acostumbrados su buena educación.

Por lo demás, Iltmo. Sr., siento en el alma que la penuria del Tesoro no permita a ese Ministerio disponer lo conveniente para la aplicación por cuenta del Estado de los inapreciables documentos que en este archivo se encierran. De aquí los llevan a manos llenas los extrangeros [sic]; de aquí los llevan los españoles, honrosamente encargados de continuar la publicación del Calendar of State papers. Ni un ejemplo siquiera de que cuantos como el señor Gayangos pretenden de la curiosa manera que se ha visto se les permita explotar este archivo, acudan a publicar los documentos que se refieren por completo a la Historia de España, único y verdadero modo de que las ciencias históricas adelantan entre nosotros. Impunemente puede Mister Bergenroth sostener teorías que, por fortuna, pocas veces son patrimonio de ánimos levantados; impunemente pueden otros pintar a nuestros monarcas, y lo que es peor a la Gloriosa España de los siglos 16 y 17, de la manera que lo hacen todos aquellos extrangeros [sic] en quienes parece que con la sangre, heredaron el odio que franceses, flamencos y italianos nos han tenido en aquellos tiempos en que España era, por el valor y la inteligencia de sus hijos, la nación más temida y más respetada de Europa.

Estrada Nerida, Julio. Páginas de una biografía. Manuel Murguía. Director del Archivo de Simancas (1868-1870). DL Coruña : eds. O Castro, 1983, p. 16-20.

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